La Almería futbolera no ha tardado en sacar su vena negativa y llora por las esquinas con el adiós de Sadiq Umar. Incluso los hay, y no pocos, a quienes no les gustaba, por su andar extraño, torpe y zambo, y se han unido al coro de plañideras como aquellas a las que se pagaba un dinero por asistir a un entierro y llorar por el difunto. La UDA no está de luto. El nigeriano ha pasado a mejor vida en Donosti, con sus pinchos, playa y las luminarias isabelinas. No hay motivos para entregarse a la húmeda tarea de recordar sus virtudes y querencias. El club y su afición no pueden ni deben ligar su futuro al recuerdo del nigeriano. Su salida le ha reportado al club un buen dividendo económico - 20 'kilos' de momento- y su recuerdo, obsesivo, no le va a dar puntos en la clasificación. No es bueno y también es poco recomendable caer en esta especie de nostalgia colectiva. Y, además, tiene un punto injusto porque se valora más al ausente que a los presentes. Se sublima al de Kaduna y se subestima a sus posibles recambios sin saber cómo son y juegan, y cuáles son sus fortalezas. No parece razonable ni ponderado. Comparar a un jugador con otro es un ejercicio simplón y no realista. El fútbol, como ocurre en la vida, cierra las virtudes de unos y abre las cualidades de otros como esas puertas giratorias de los grandes hoteles. Darwin Núñez y Sadiq Umar recalaron en Almería como dos perfectos desconocidos y su paso por la UDA les ha revalorizado. El uruguayo, traspasado al Liverpool por 75 millones de euros, se convirtió en el fichaje más caro del fútbol luso, con los 24 millones que abonó el Benfica. Y la Real Sociedad nunca había pagado tanto en sus 113 años de historia, que cumplen este viernes, como lo que ha desembolsado por el nigeriano. Mirar atrás no siempre es nostálgico.

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