Transmitir

Uno recuerda cuándo fue la última vez que acudió al Mediterráneo con cierta ilusión. Supone que al inicio de liga, cuando el contador se pone a cero y merodean aires renovados. Lo que pasa es que esta inercia del comienzo de campeonato duró bien poco. Por eso, las sensaciones que estamos viviendo estos días resultan extrañas. Porque parece que, por una semana, el aficionado rojiblanco tiene ganas de domingo. Y eso es noticia. Noticia mayúscula. Sorprendentemente, no es el resultado de un apoteósico triunfo. Tampoco de una serie de carambolas que hayan dejado al Almería el ascenso a tiro de piedra. Más bien es orgullo herido. Acción y reacción. Causa y efecto. La derrota en Cádiz fue diferente. Es raro emplear este adjetivo cuando perder es rutina para este equipo. Se han escapado encuentros de todas las formas posibles: siendo barridos por el rival, en choques igualados o en días —pocos— que se merece ganar. Por la mínima o por goleada. Con un pírrico tanto o tras un festín de los delanteros. Podríamos hacer una tesis de cómo perder partidos. Seríamos algo así como doctores en derrotas. Entonces, ¿qué hace diferente el tropiezo en Cádiz? ¿El robo? Este equipo también se ha ido de vacío alguna vez tras ser vilipendiado por el árbitro y no armamos tanto follón. Lo que ha cambiado es la actitud de los jugadores. Los de Rubi, con nueve, fueron superiores al rival, lo dieron todo, lucharon, se ayudaron, sufrieron y, sobre todo, transmitieron. Esa sensación tan extraña que nos nació a muchos aficionados fue orgullo. Y, con su cambio de actitud, también cambió la nuestra. Mañana habrá previa gorda, corteo hasta el estadio, recibimiento y colorido. Mañana nos vestiremos de día grande. Mañana los decibelios aumentarán. Mañana será un ahora o nunca. Y todo ello, tras una derrota. Espero que, al fin, los jugadores entiendan que esto nunca ha ido de ganar o perder. Porque, si así fuese, ninguno seríamos del Almería. Se trataba, simplemente, de transmitir.