Arte apolíneo y dionisiaco

Velázquez, Ribera, Goya o el mismísimo Picasso encarnarían esta rudeza tan dionisíaca

Ya se sabe, Nietzsche lo pontificó con suma claridad, que todo arte nace de la unión entre lo apolíneo y lo dionisíaco. En "El nacimiento de la tragedia" el gran pensador alemán afirma que "solo como fenómeno estético se justifican la existencia y el mundo por toda la eternidad". Y define lo estético como la eterna dicotomía -o dualidad contrapuesta y complementaria, si se prefiere- entre lo apolíneo y lo dionisíaco. En todo acto creador acontecen la belleza y la vida al unísono. Apolo, hijo de Zeus, era para los antiguos griegos el dios del sol, de la claridad y de la verdad, del arte y de la poesía. Dionisio -el Baco romano-, hijo también de Zeus, era la deidad del vino y de la fauna, del éxtasis colectivo, de la embriaguez y la intoxicación. En sus respectivas representaciones iconográficas se afirman claramente estas diferencias; mientras Apolo luce su perfección y belleza corporal idealizada, Dionisio acusa en sus miembros y facciones la vulgaridad de los placeres vitales, la grosería de un realismo muy humano, más terrenal y concupiscente. Apolo estaría más cerca de la poesía lírica o de la perfección formal de la escultura, mientras que Dionisio sería mejor patrón de la danza y la música, entendidas como trasunto de embriaguez colectiva. Tradicionalmente se ha asociado el arte clásico con la idealización de las formas, con la búsqueda platónica de arquetipos de perfecta armonía, superiores a la realidad sensible. Siempre se nos dijo que las estatuas clásicas eran modelos ideales de belleza, lo que nos llevaría a una preeminencia de lo apolíneo frente a lo dionisíaco como esencia del clasicismo. En este contexto, la gran aportación de lo español al arte europeo habría sido el rechazo a los motivos clásicos, idealizados, a favor de un realismo atroz, sin concesiones, donde por encima de todo palpitaría la vida, con sus miserias e imperfecciones. Velázquez, Ribera, Zurbarán, Goya o el mismísimo Picasso encarnarían esta rudeza tan dionisíaca, tan groseramente humana y real, tan atrevidamente moderna y anticlásica. Pero las cosas no son tan simples. A poco que busquemos, el hálito dionisiaco de la vida está en todas las estatuas clásicas y los propios realistas españoles con frecuencia paren modelos idealizados en sus alumbramientos. Todo, en definitiva, está desde el origen mismo del arte, y en nuestra cultura ese todo abarcador -que engloba también todos los anticlasicismos- se llama arte clásico.

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