Candidato nonagenario

Se puede llegar a una edad bastante avanzada sin que dejen de reclamar los deberes o las satisfacciones

Una moción de censura da provisión a los tertulianos de vasta y variopinta sabiduría, casi depositarios de un saber enciclopédico que permite opinar, e incluso formular criterios, sobre los más dispares asuntos. Por su naturaleza de procedimiento que permite al Congreso de los Diputados retirar la confianza al presidente del Gobierno, con su correspondiente dimisión y la del Gobierno en pleno, la moción de censura tiene un carácter extraordinario y excepcional, y ha de incluir la presentación de un candidato a la Presidencia del Gobierno. Luego argumentos de sobra procura la que ha de desarrollarse la semana próxima en España, a propósito de su oportunidad, de las expectativas ante su desarrollo, de los efectos imprevistos, del balance de beneficios y perjuicios repartidos en función de las coyunturas y de la singularidad de la propia moción; por lo que se alimentan animadas controversias entre los opinadores y la circulación de argumentarios y consignas en las declaraciones, proclamas y actos de los grupos políticos. Todavía más, como es el caso, cuando se evidencia que los propósitos de la moción no son los de conducir a la dimisión del presidente de Gobierno, y se formulan no pocas interpretaciones de los "analistas políticos" sobre su razón de ser, cuando acaso ni siquiera se conozca bien del todo, en su causa más genuina -o esta ya no sea la prevista-, por quienes la presentan y acompañan de un singular candidato.

Casi nonagenario es el propuesto y, más que lo antedicho, al cabo interesen los motivos por que, en tan particular situación, no solo haya aceptado, sino que se constate su animoso deseo de acometer el reto con una satisfacción que, antes que otra cosa, resulta del todo personal. Por eso, una de las "lecciones" de esta moción es la de comprobar que se puede cumplir una edad bastante avanzada sin que mengüen las disposiciones para acometer lo que, precisamente por las muchas décadas de vida intensa y pública, parece que resulta un deber asumido, no ajeno, sino todo lo contrario, a la delectación del deber cumplido. Aunque sea sin poder subir los escalones que llevan a la tribuna correspondiente.

La cuestión de confianza es otro procedimiento parlamentario, pero al candidato quizás le sobre la más necesaria: confiar en uno mismo.

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