La pandemia del coronavirus respetó los carnavales de 2020, Cádiz celebró el concurso de agrupaciones del Falla y hasta se permitió alargar la fiesta para los más jartibles con el llamado Carnaval Chiquito, que fue el 8 de marzo. Y no ocurrió nada. No cabe duda de que el virus se retrasó en llegar al sur, porque la ciudad y toda la provincia fueron de las zonas menos afectadas por el Covid de toda España. Pero buena parte de los autores de las letras consideran que no es realista preparar a sus agrupaciones para febrero de 2021; a pesar de que hay argumentos periodísticos para siete carnavales, no hay escritor, por muy conciso que sea, que sepa reducir en un solo repertorio todo lo sucedido en estos meses: desde la tragedia de los 40.000 muertos al destino real en Abu Dabi.

Juego hay, no habrá concurso ni gentío, pero sí coplas, aunque sea desde los balcones. No nos vamos a peder un gran Carnaval en el que habrá que resolver la rivalidad entre dos personajes nacidos para la parodia: Fernando Simón y Corinna Larsen.

Pero esta previsión tiene una lectura.

El ministro de Sanidad, Salvador Illa, que es una persona seria, ha adelantado que las primeras dosis de la vacuna del Covid pueden llegar en el mes de diciembre. No es común en una persona tan prudente que se aventure en un anuncio que ni depende de él ni de ningún Gobierno en concreto, sino de un supuesto científico y un desarrollo tecnológico. El último recurso al Séptimo de Caballería es bastante inquietante. En la mitad del período especial cubano, los ministros de Fidel iban diciendo que habían encontrado unas bolsas ingentes de petróleo en el Caribe, del mismo modo que los últimos jerarcas nazis les hicieron creer a los alemanes que estaban a punto de fabricar una imponente bomba capaz de revertir el avance soviético cuando los soldados rusos ya se tomaban cervezas en la Unter den Linden.

Claro que habrá vacuna, y de varios laboratorios, pero su socialización llevará casi un semestre de 2021. Lo inquietante del anuncio de Illa es que con ello busque aliviar la presión que debe comenzar a notar. Si el incremento de la curva de contagio de estos días no se estabiliza, vamos hacia otra tragedia sanitaria. Esto va muy mal. Y si se llegamos en diciembre o enero a la negrura de la pasada primavera, al silencio de las calles y a la tristeza social, habrá que suspender el Carnaval, pero no por previsión e higiene, sino por luto.