Comprar linternas

En una sociedad alterada por una pandemia, prosperan otras descomposturas debidas al miedo y a la superstición

La pandemia incesante, con su elenco de medidas preventivas, hace las veces de una distopía presente. Esto es, no se trata de una ficticia sociedad futura, donde los humanos estén condicionados por muy adversas determinaciones. Sino de la realidad de hogaño que, si acaso, acaba aceptándose con ese ambiguo comodín de la "nueva normalidad". Por eso, ocupar un rato en una observación detenida de comportamientos cotidianos, y compararlos con los que eran más propiamente normales hace poco menos de un par de años, es un modo de constatar el curso un tanto distópico de estos días inciertos. De tal manera que, cuando la realidad acaba alterada por circunstancias tan infaustas como una pandemia, prosperan otras descomposturas debidas al miedo, cuando no a la superstición o a las doctrinas de gurús visionarios.

Una muestra directa y sencilla de comprobarlo tiene que ver, en este caso, con el significativo incremento de las compras, y el previsible desabastecimiento, de linternas, pilas eléctricas, estufas, hornillos o bombonas de gas, ante la expectativa siniestra, y por eso mismo también distópica, de un apagón mayúsculo que prive de la indispensable asistencia primaria. Muchos "amigos invisibles" andarán buscando, entonces, una linterna a propósito como regalo. Y cuando no hace falta o no se cuenta con esa obsequiosidad aparentemente anónima e intercambiada, numerosos mortales temerosos del frío y de la oscuridad estarán acaparando provisiones utilitarias para atemperar los asustadores efectos de un apagón.

Las oleadas del COVID contribuyen bastante a ello porque, aunque la vacunación aminore el alcance de los efectos, cierto es que se deshacen las expectativas y la involución frustra las esperanzas. Condiciones propicias, en definitiva, para el runrún de los presagios fatales.

Conocer el alfabeto griego está bien como ilustración gustosa, pero las variantes del COVID colman la sopa de letras y, ahora, la denominada ómicron pone nombre al nuevo susto que toma forma de mutación vírica. De resultas, la confabulación entre el virus tremebundo y las secuelas socioeconómicas es caldo de cultivo para que proliferen negros y fríos barruntos. Tanto, que hasta pertrecharse de linternas y hornillos parece una prevención insuficiente ante la mayúscula -¿será imaginaria?- distopía del apagón.

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