Covidiotas

La idiocia y la tontuna cursan de diversas formas, pero la pandemia las reúne en el catálogo de los "covidiotas"

La idiocia cursa de muy diversas formas, de la misma manera que es variopinto el catálogo de los tontos. Pero el maldito virus de la pandemia está reuniendo a unos y otros en el cajón de sastre de los "covidiotas". Por su carácter excepcional, solo cabe aventurar conjeturas de los efectos del confinamiento. Aunque intenciones haya de sobra para recrearlas de manera jocosa, con comedias a propósito del despropósito y todo un repertorio de ocurrencias que deben de ser producto del ingenio desaprovechado, del aburrimiento o, por qué no decirlo así de llano pero claro, de la mala leche.

De este modo las cosas, "covidiotas" hay de distinto pelaje, aunque no todos de la misma naturaleza y condición. Algunos corredores fervorosos, enfrentadas la disciplina del confinarse en casa y la del no interrumpir las salidas de entrenamiento, optan por esta última hasta que son pillados en sus zancadas clandestinas. O quien dijo salir por el pan con el propósito de no volver, sin recordar que este confinamiento es bastante más impuesto e inesquivable que el que pretendía eludir antes que el bicho encerrara en casa. No es que sean disculpables estas idioteces, debidas a una cortedad del entendimiento, pero mayor rango y alcance tienen las que, "ostentóreamente", difunden las estrellas del firmamento cuché para manifestar sus sofisticadas penalidades. Así, confinados en mansiones y casoplones, donde serán legión quienes estarían dispuestos a cumplir una cadena perpetua no revisable.

Sobre todo, quienes, incluso con pacientes infectados o enfermos en casa, solo tienen un baño en su modesto piso y han de vérselas con precauciones que casi llevan a la obsesión. Porque el común de la gente -término tan manoseado como objeto de apropiación banderiza frente a ese otro de la "casta"- se las ve y se las desea, entre las cuatro paredes de su sencilla morada terrenal, como para aguantar a "covidiotas" famosos -ay, cuántas veces advertía Julián Marías de la mal atribuida fama y de las insulsas y frívolas distinciones-, que cambian de mansiones fastuosas, se encierran en yates mayúsculos o se dejan ver en perfumados y alumbrados aseos, sin rebajarse a la prevención de los guantes, las mascarillas y los jabones o geles a granel. Esta "covidiocia", además de debilidad y trastorno del entendimiento, es un engreimiento que no merece la primaria soberbia sino el contundente rechazo.

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