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David Fernández
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Los veneros y manantiales, que abastecen las fuentes, suelen tenerse como reserva de la pureza. Por eso extraña una fuente mala. Acaso el descuido o el abandono puedan atribuir algún demérito, pero no una escueta y categórica maldad. De modo que beber de su agua, sobre todo cuando aprieta la sed, provoque estropicios inesperados. Ya que la pureza se hace consabida por el brote natural y se confía en sus bondades, ajenas a otras intervenciones. Cuesta más, entonces, hacerse a lo que se desnaturaliza o pierde su esencia característica. Razón por la que una fuente mala parece una contradicción, algo inasumible, de términos. Causas habrá para que así se nombre, de suerte queindicarlo resulte una advertencia cuando se dé con ella en excursiones y paseos a los que una fuente trae remanso y sosiego. Como si conviniera alejarse del agua que brota de la tierra, pero ha perdido su fresca inocencia en alguna subterránea y malhadada tropelía de la contaminación, si es que la maldad no proviene de otras circunstancias naturales que, aunque resulte paradójico, contravienen lo que parece del todo natural, como razones debidas a la composición de los suelos. En cualquier caso, desconcierta, naturalmente, dar con una fuente mala.
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