Comunicación (Im) pertinente

Francisco García Marcos

Elecciones (versión teatro)

En cuanto se hizo el silencio en el camerino del fondo, el elenco al completo entró en estado de alerta

Mientras sonara el cajón en el camerino del fondo, no había peligro. A Joan le daba igual el personaje. Aceptó el papel de ministro de universidades como podría haber aceptado cualquier otro. Total, estaba desocupado y había terminado por convencerse de que nunca le concederían el Virreinato de la Ínsula Barataria. Así era el poder omnímodo del centralismo. De manera que se conformaba con que lo dejaran con sus fabulaciones psicodélicas, como si fuera un gurú de la modernidad, y no lo molestaran demasiado. El principal problema radicaba en que Felipe era un director sumamente estricto, obsesionado con que todo estuviera en perfecto orden de revista, incluso entre bastidores. Por eso cuando lo oían practicar en su camerino era sinónimo de paz. Andaba entretenido.

Pedro era el contrapunto. Puso como condición ser el protagonista, toda la temporada, como el galán aclamado sin distingos que era, según su modesta opinión. Al principio, se dignó a compartir focos con Pablo, al que terminaron echando. Además de actuar, pretendía reescribir el libreto, controlar la tramoya, la publicidad, y así hasta que los aburrió a todos. Otros llevaban el papel con comodidad evidente, incluso con una cierta galanura que les hacía sobrellevar algunos inconvenientes livianos. A Gabriel hacer de independentista le hacía gracia, a pesar de que en su vida había pronunciado una sola palabra en catalán, cuya patria defendía con arrojo de héroe romántico. El jefe de la oposición parecía estar escrito para Alberto, personalidad seria y sobria, forjada por años en el contrabando antes de subirse a las tablas. Arnaldo en otras circunstancias habría protestado. Pero, tal y como estaban las cosas, lo principal era asegurarse un hueco en la compañía, aunque fuera de secundario, y correr un tupido velo sobre su pasado como pistolero. En todo caso, los platos fuertes estaban en el elenco femenino. A Manuela, narco confesa, la habían sacado de la cárcel para ejercer como musa de la ultraderecha. No dejaba de ser una humorada que, naturalmente, provocaba hilaridad entre el público. Isabel tenía un gran oficio, después de sus años como cupletista nostálgica en Madrid. Aunque, sin duda ,la estrella era Irene, un talento natural que habían descubierto en un supermercado. Aportaba un toque naif y kitsch, como de película de Almodóvar. En cuanto se hizo el silencio en el camerino del fondo, el elenco al completo entró en estado de alerta. De inmediato se oyeron las largas zancadas de Felipe. En silencio, cada cual fue ocupando su escaño. En cuanto llegó al escenario, dio un último vistazo para comprobar que todo estaba correcto. Volvió entre bambalinas, junto al regidor y dio la señal. Se levantó el telón. Nada más comenzar la función, Felipe salió del teatro. Lo esperaba un coche para coger un avión. Se iba de vacaciones.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios