Felicidad sin tropiezos

La felicidad no solo es resultado de dejar atrás un tropiezo, sino la genuina satisfacción con uno mismo

Pocas dudas caben si se afirma que la felicidad es, principalmente, una emoción. Cosa distinta son las razones que la procuran; si la felicidad tiene un valor absoluto y puede advertirse de manera genuina; o si, por el contrario, más propio resulta hablar de felicidades relativas. Fernando Aramburu, en uno de los diarios capítulos de Los vencejos, aprovecha la buena noticia que recibe Patachula, personaje destacado por ser el único amigo del narrador, sobre su estado de salud, para una particular digresión en materia de felicidad. Esta puede ser genuina, "la conciencia de la superación del infortunio", pero en ningún modo absoluta: "No hay un absoluto de la felicidad. No hay felicidad en sí. La felicidad es aquí y ahora. Estaba y ya no está, y por tanto uno ha de suscitarla de nuevo si la desea disfrutar".

Acaso por ello, aunque la felicidad pueda desearse -a veces incluso parece prescribirse-, requiere de cierta disposición del ánimo y de la voluntad para alcanzarla, para encontrarla o dejarse encontrar por ella. De maneras variopintas y dispares, ya que la felicidad es, al cabo, una autopercepción de cada cual y, por eso, subjetiva. Sin embargo, a pesar de esta diversidad característica, Aramburu sostiene que es común, a cualquier sensación de felicidad, sucederse a un sufrimiento. Podría considerarse, entonces, que se es feliz tras una penalidad, una angustia o un dolor previos. En mucha mayor medida que por alguna ventura, a causa de la consecución de un logro o tras una experiencia placentera.

Luego la felicidad, además de relativa, también resultaría derivada. Si bien, la literatura bebe de la ficción -esa que es, en ocasiones, superada por la realidad-, o recrea lo que pudo acontecer -a eso ayuda la inspiración autobiográfica- con las subjetividades del que cuenta y escribe. Y si el desengaño sostiene el argumento, la felicidad -antítesis de la amargura- acaba mal parada. Por eso la felicidad no es siempre deudora del infortunio para hacerse presente, sino que puede alegrar los días, siquiera sea los ratos, con una satisfacción para nada inocente o ingenua, sino afianzada en el estar bien con uno mismo, sin que hagan falta tropiezos o inclemencias para encontrarla en ausencia de ellos.

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