En menos que canta un gallo

Fernando Díaz, la fotografía del toreo

Aficionado, como Corrochano, Fernando fotografía el arte de Francisco Arjona, Cúchares (la escuela sevillana) y de Pedro Romero (la escuela rondeña), parando el tiempo como lo paraba Francisco Cano Lorenza, Canito. Las tardes de toros son para él verónica y natural, cante jondo y crónica, clarín y recuerdo. Joselito y Belmonte. Manolete y José Tomás: una antología de textos que Díaz guarda como un códice. ¿Un natural del Niño sabio de Camas? Solo el misterio del fotógrafo lo puede definir. Fernando Díaz habla de toros como si hubiera sido miembro de la tertulia de Cossío en aquellos cafés del Madrid castizo, o en aquellas tabernas, a las que tanto irían después Umbral y Raúl del Pozo. En el mostrador, un vino, que huele a historia, y un jamón, que sabe a gloria de Jabugo y a ¡olé! de tendido de las Ventas. Con su cámara y su gesto de Ortega y Gasset, el señor Díaz conoce el patio de cuadrillas como un pintor, su lienzo, como un editor, el libro. Fernando tiene algo de José González Flores, Camará, el apoderado del mítico Manolete. Al menos, a mí me lo parece. Las semejanzas siempre se hacen notar. Y, en este caso, son manifiestas, más que en lo físico, en la sapiencia filosófica de la tauromaquia: eterna, como una fuente.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios