Un relato woke de la extrema izquierda
Laura, nombre de mujer
Que no lleguen con el corazón en la garganta a casa, que no tengan que cambiar de acera, ni sentirse intimidadas
Nunca se llega tarde si se sabe que es urgente. Acabamos el año con el sabor amargo entre los dientes. Proclamando desconsolados el nombre de Laura, una vez más, una mujer más, una compañera más, una amiga más, abatida entre las calles, ejecutada en las postrimerías de la democracia, eliminadas por el simple hecho de ser mujer. Con la impotencia íntima de poderlo haber evitado. Con la responsabilidad de que podría haber sido nuestra madre, nuestra hermana, nuestra hija.
No somos objetos de compra. No somos parte de un juego. No nos pertenece nada ni nadie. Somos el clamor del pueblo con nuestro dolor a rastra, como siempre. Con nuestras llagas, con nuestro padecimiento, con esta cruz maldita de la violencia.
Debemos luchar para que una mujer, sea quien sea, sea capaz de salir a correr por la noche, con la certeza que llegará a casa, sana y salva. Debemos exigir una sociedad donde nuestras compatriotas no tengan que sentirse avergonzadas cuando pasan al lado de un grupo de hombres, que se les denigre, que se les insulte, que se les robe la dignidad por ser mujer. Debemos construir un sistema social donde las mujeres no sean una parte de nuestras costillas, sino que sea un ser humano igual que nosotros. Que no lleguen con el corazón en la garganta a casa, que no tengan que cambiarse de acera, que no tengan que bajar la cabeza o sentirse intimidadas. Yo, cuando salgo a la calle, no tengo que tomar medidas ni precauciones. Tenemos que edificar un espacio que se pueda compartir, que sea efectivo como lugar común de convivencia, donde todos cabemos, donde nadie sobra, donde nada se somete.
No podemos llenar nuestras ciudades de más Dianas, de más Martas, de más Lauras. No podemos seguir llenando nuestras casas de dolor y más dolor. Basta ya de este genocidio silencioso con el que abrir las portadas de los periódicos, día tras días, mes tras mes, año tras año.
Nuestra cita no es con la historia, sino con la justicia. Nuestro compromiso no es personal, sino colectivo, común, de todos. Nuestro deber es acabar con esta lacra que se hace llamar machismo. Que nos mancha a los seres humanos de buenas costumbres, que nos tira por tierra nuestro esfuerzo humilde de intentar ser un poco mejor, que nos arrebata a nuestras compañeras en el lugar y en el día más inesperado. Nuestra cita no es con la historia, sino con la justicia, de todos y para todos, de todos y con todos.
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