En tránsito
Eduardo Jordá
Mon petit amour
Aupado a dogma, la culpa es mala para muchos psicólogos y pedagogos. De la mano de estos, muchos padres abominaron de lo que podemos definir como la responsabilidad propia por una falta cometida contra la dignidad humana o el natural interés ajeno. Al demonizar algo tan consustancial a las personas -a culpa es un artefacto moral humano-, es motivo de escándalo que los pequeños y los adolescentes a su cargo caigan en tan fatídico sentimiento, quizá a costa de que, con el tiempo, sus hijos maltraten a otros sin sentir daño interior, siquiera resquemor. Unos buenos salvajes, según la expresión de Rousseau... más salvajes que buenos. No se trata de convertir a las crianças -gran término portugués- en atormentados Rodion Rashkolnikov, protagonista de Crimen y castigo, cuán rotundo título de Dostoievski. Es algo más de andar por casa.
Los que, presa de sus propias cadenas no quieren que sus pollitos y zagalones sufran "el ácido de la culpa" prefieren hacer patria de la prima correcta de esta, la responsabilidad. Y, claro que sí, quién va a negar que es mejor que la gente se mueva por tal principio, por la madurez en el juicio y el deber. Pero, en la práctica, es común encontrar a personas ajenas al dolerse por sus actos dañinos. A la bandera "Nadie es culpable" casi es preferible el cinismo pragmático de aquel arzobispo de Milán, Carlo Maria Martini: "No entiendo cómo la gente puede abrazar otra religión que la católica: se dicen los pecados al confesor, y ya está". No es cosa de castrar conciencias ni de señalar con el dedo acusador a tiernos infantes: se trata de no promover la exención de la conciencia. Para evitarnos a granujas del futuro. O canallas.
Todo esto se me representaba al ver la actitud de algunos políticos catalanes que no paran de pronunciar un término que viene como patente de corso a su mano demoledora, Lawfare: la supuesta utilización política de los tribunales de Justicia para machacar, en este caso, a la patria catalana irredenta, esa que da fugaces golpes de Estado. Baste con mencionar a la presidenta de Junts, Laura Borras, condenada por flagrante corrupción en un cargo público, pero que es ajena a toda asunción de culpa... la culpa ¡del Estado español y su lawfare! Viene bien, para finalizar, una frase de un divertidísimo artículo de anteayer del catalán Bernat Castany (Psicópatas al poder, El País): "Los políticos de extrema derecha, nacionalistas y de izquierda antidemocrática presentan de forma orgánica muchos rasgos del psicópata del poder". La culpa, para ti. Pedir perdón, jamás.
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