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EL reciente encuentro de museos provinciales organizado por María Dolores Durán del IEA -celebrado con notable acierto y éxito- me ha servido para certificar con más cercanía muchos de los aspectos que ya conocía del cotarro museístico, en especial de los maravillosos planes que, como hoja de ruta, nos tiene preparados la Consejería para un futuro ciertamente pavoroso.
La figura que nos va a sacar de nuestro ancestral primitivismo y orgía de paletos, Machado dixit, es la del museólogo. Se trata de un licenciado, por lo general en alguna carrera de humanidades, que ha hecho un master en museología que dura varios meses; semejante bagaje es suficiente para alzarse en auténtico prócer y salvador de la gran cultura. La Junta lleva varios años organizando el master en la Universidad de Granada y ahora tenemos legión de jóvenes museólogos en busca de trabajo por todos los museos del Registro. Para ayudarles, la Consejería ha redactado la nueva ley de museos y colecciones museográficas; en ella se exige a todos los museos la presencia de un museólogo en su plantilla si no quieren ser calificados de "colección" o defenestrados a las profundidades del averno. Los chicos constituyen una hornada bien adoctrinada, pues todos repiten como loritos el mismo credo: hay que sacar al museo del concepto decimonónico de almacén de cacharros obsoletos, hay que desacralizarlo, hay que desmitificar la trascendencia de la pieza, la colección no es lo más importante, lo fundamental es la idea o el discurso del museo y todo ha de servir a tal fin, hay que sacrificar la colección en pos de una exhibición didáctica y entretenida, a ser posible lúdica o divertida, hay que dar respuesta a los nuevos tiempos de demanda turística y adaptar los contenidos al nivel del visitante, hay que meter el mayor número de personas dentro lanzándoles el mensaje continuado de que los museos no son aburridos y hay que organizar eventos temporales para no decaer nunca. Exactamente lo mismo que se está haciendo con la Educación; rebajarse a unos niveles intelectuales y de comprensión cada vez más deleznables, según dicta una sociedad cada vez más necia e insensible. Está claro que los museos le sobran a la mayoría; cerrémoslos todos y construyamos parques temáticos de contenido liviano, edifiquemos una cultura a nuestra medida, consolidemos esta gran sociedad de gilipuertas y castrados mentales.
Quitemos del Prado a Goya y a Velázquez y conservémoslos en un almacén climatizado; en su lugar pongamos un documental donde un papanatas intenta explicar a la turba como pintaban. Soltemos, en fin, todos los lastres de un pasado tan oscuro y medieval. Noche de viento recio.
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