República de las Letras

Navidad, Navidad, dulce Navidad

La Navidad ya no es el recuerdo del nacimiento del hijo de un pobre carpintero en un villorrio olvidado de Palestina

La llamada campaña de Navidad de este año no está resultando demasiado halagüeña. La gente no está gastando sin medida como debería, o como en los años de economía boyante. La inflación está haciendo mucho daño. Y aunque hay, según dicen, ganas de fiesta, de viajar, de consumir, de gastar en un carpe diem que se ha avecindado en nuestra mentalidad ya de por si consumista, lo cierto es que, para la inmensa mayoría, esa que depende de su salario, pasar unas buenas navidades es, materialmente, muy difícil.

Porque a eso se ha reducido la tradicional Navidad: a una campaña comercial, la más importante del año quizá. Hoy en día, si preguntas a tu alrededor, nadie celebra aquel hecho pseudohistórico, adobado de leyendas, ocurrencias y anécdotas imposibles, de la venida del Hijo de Dios a la Tierra. A saber por qué designios siderales, un dios solitario en sus inmensos dominios iba a enviar a su hipotético hijo a este rincón olvidado del Universo, donde, oh, sorpresa, apareció hace miles de años una especie inteligente que se adueñó de él y de sus recursos, en detrimento de las demás especies que lo habitaban. La antigua parafernalia religiosa en torno a la Navidad se ha reducido, por mor del Mercado, en consumo, en gasto, para mayor gloria de fabricantes, intermediarios, distribuidores, comerciantes, exportadores, importadores, detallistas, mayoristas y toda esa grey que se enriquece o, al menos, vive bien o muy bien a costa de nuestro consumo y del gasto de nuestro sueldo o nuestra pensión. La Navidad ya no es, en verdad, aquella fiesta de exaltación de la familia con ocasión del nacimiento del hijo de un carpintero en un pobre establo de un villorrio cualquiera de la antigua Palestina, sino una intensa campaña de publicidad -el opio del pueblo en nuestra época- para que se compre. Comprar, comprar y comprar es su lema. A eso se reducen las lucecitas, los villancicos omnipresentes, los papanoeles, los belenes, los adornos invernales y los brillantes escaparates. Si aquel niño, aquel hombre luego asesinado injustamente, viniera en estas fechas, quedaría horrorizado de ver a qué se ha reducido su legado. Y volvería a expulsar, a correazos, a los mercaderes del templo.

Pero bueno, es lo que hay. Por caro que esté todo, habrá que hacer, al menos, la cena de Nochebuena y regalarles a los niños algún juguete. Joder, que se note que estamos en Navidad. Y luego, Dios dirá.

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