OPINIÓN | Luces y razones
Antonio Montero Alcaide
Las cosas del querer
Querer a alguien no debe parecerse a subir una cuesta, sino que expresarlo bien merezca el esfuerzo de llegar al lugar, y la pared, donde se aprecia la pluralidad de las maneras y lenguas con que escribirlo y de los nombres o identidades que se vinculan por las cosas del querer. Tal sentimiento, emparentado con el amor -si bien este eleva su naturaleza-, es propio de los vínculos humanos, de manera que lleva a tener inclinación hacia otro a quien decir lo que figura en el simbólico y rojo corazón: “Te quiero”. Así es porque no resulta inhabitual quererse -entendida la reciprocidad- con el corazón más que con la cabeza, con el impulso de la atracción que con el raciocinio del entendimiento, con las pulsiones del deseo que con las disposiciones del convencimiento. Sobre todo, por las cosas del querer, ya que se trata de un ejercicio no solo afectado, sino necesitado de oscilaciones, alternancias o ciclos, aunque la madurez del quererse lleve asimismo a la ambigua quietud de la serenidad afectiva. Esas imprecisas e indeterminadas cosas tienen que ver, además, con las variopintas maneras de la atracción y el modo de exteriorizarlas, así como con los efectos de la sintonía y la complementariedad, toda vez que no se trata de quererse uno mismo -cuestión que también tiene sus cosas-, sino de querer a otro. Y la otredad, como la alteridad, conlleva reconocer y valorar la condición del otro, al que además se quiere
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