Oportunidades perdidas

Muchas ocasiones llegan a nuestra vida sólo para admirarlas brevemente y luego dejarlas pasar

Los romanos la adoraron en forma de mujer hermosa, con buena melena por delante pero calva vista desde atrás. El símbolo encerraba un potente significado: te gustará cuando la veas pero si no la agarras fuerte del pelo conforme pase ante ti luego te será imposible, la nuca desnuda no dejará asidero al que aferrarte. Y por eso, aún hoy, "a la ocasión la pintan calva".

También gustamos de imaginarla en forma de una suerte de tren. En tertulia confidente con el amigo íntimo, café mediante, confesaremos la oportunidad que se nos acaba de presentar y las dudas que albergamos sobre su aprovechamiento. Nos imaginaremos sentados en una estación y tendremos que decidir rápido si subimos al tren que para brevemente ante nosotros. Pronto se pondrá de nuevo en marcha y desaparecerá para siempre envuelto en una nube de vapor tanto si vamos nosotros dentro como si no.

Pero creo posible plantarme frente a siglos de esclava inmediatez y luchar contra esos batallones de amigos que alientan consejos que, tal vez, jamás seguirán. Me gustaría incluso brindar con las infinitas lágrimas vertidas por la oportunidad perdida.

Os diré que quizás prefiera dejar pasar a una diosa que también los romanos pintaban con un cuchillo en la mano. Igual decido imaginarme sentado en el monte, tranquilo. No en una estación de cuerpos cansados, ánimas inertes y trenes de incierto destino que, en realidad, se alejan tosiendo un humo que apesta a gasoil.

La oportunidad bien podría ser el amanecer que precede a un bonito ocaso. ¿Quién sería capaz de decidirse por el momento más bello entre esos dos? La oportunidad podría ser también un ave de paso. Irá y vendrá, invariablemente, persiguiendo una primavera eterna hasta que un día, cansada, asuma que el frío siempre llega. La oportunidad pudiera ser, por qué no, tan solo flor de un día. Y siendo así tal vez muchas ocasiones lleguen a nuestra vida sólo para admirarlas brevemente y luego dejarlas pasar. Nos enseñaron a atrapar el pájaro y dejar volar al ciento. Pero hay veces que más vale permitir que todos marchen y disfrutar, en la distancia, de su vuelo.

Nos angustiamos ante la posibilidad de haber desperdiciado un momento único pero luego derrochamos tantos otros instantes que a algunos les valdrían por otra vida. Dejemos caer el tormento de lo que pudo haber sido y celebremos que una vez pudimos haber elegido. Porque esperar y dejar huir también es decidir.

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