Pirañas en el estómago

El infortunio de las enfermedades raras es una pedrea de desgracias que reparte la lotería del hado

Tener un hambre canina suele ser un aprieto del estómago, agudizado por una coyuntura que impida consolarlo como debido es. La gula, amén de religioso pecado capital, es una voracidad desordenada en el comer y el beber, que no encuentra límite para saciarse. Dante dedica incluso un canto, en la Divina Comedia, a los confinados en el círculo tercero del Infierno, los glotones, sometidos a Cerbero como demonio jefe, pero guardián de tal estancia infernal. El círculo de la Gula, donde "Grueso granizo allí se precipita, / y nieve y agua negra, en aire turbio, / pudre la tierra y todo lo marchita". Pero las pirañas en el estómago, aunque tienen que ver con lo antedicho, resultan de una de esas enfermedades a las que se pone el nombre de raras por su muy escasa, aunque significativa y gravosa, afectación.

Se trata del síndrome Prader-Willi, cuyos síntomas afectan a uno de cada quince mil nacidos, con una disfunción de la región cerebral del hipotálamo, que impide tener sensación alguna de saciedad. De modo que la cocina y la despensa son destino habitual y recurrente, hasta que los convivientes instalan alarmas o ponen candados para evitar que la voracidad patológica deteriore a quienes procuran satisfacerla sin control alguno de la ingesta. En sus manifestaciones más extremas, la enfermedad lleva a ingerir materias que, sin ser comestibles, puedan ser masticadas y pasar por la boca. De modo que la muerte sobreviene, en ocasiones, por distintos efectos, entre ellos la asfixia, además de otras patologías asociadas a la obesidad mórbida. Comerse el pienso del perro es, como muestra, una manifestación de tan singular síndrome. Junto a problemas de conducta que atribulan a quienes lo padecen con la descontrolada voracidad de su apetito. De ahí los dientes de las pirañas en el estómago, imagen con la que un enfermo canadiense, poco tiempo antes de morir, describió de tan expresiva manera la situación por la que atravesaba, con la comida presente por todos lados y la escasa preocupación e inversión pública para poner algún remedio a tan malsano padecimiento.

El infortunio de las enfermedades raras es una pedrea de desgracias repartidas por la lotería del hado. Y razones financieras de la industria farmacéutica, ante el reducido número de pacientes, aunque se trate de un problema de salud pública, explican el apellido de los medicamentos huérfanos con los que se busca algún alivio.

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