De reojo

José Mª Requena Company

Politicismo

06 de marzo 2016 - 01:00

VIVIMOS tiempos confusos, en los que la globalización inspira conductas nuevas, aún no bien lexicadas, y que reclaman neologismos para explicarlas. Por ejemplo, esa variedad degenerativa de la democracia actual, con matices distintos a la demagogia o al populismo, que es el «politicismo», término aun no recogido ni en wikipedia. Se forma con el sufijo «ismo», cuyas primeras acepciones en el diccionario M. Moliner (la RAE, propone otro orden) indican su aptitud para formar sustantivos que cualifiquen, como el egoísmo, o que definan una actitud, como el fatalismo. Pero también se arman con ese afijo, «ismo», otros sustantivos significando doctrina o escuela, como el socialismo o el surrealismo, dos de los «ismos» más distintivos del siglo XX, porque los del XXI, acaso los lidere este que digo, el politicismo. Tal vez junto al cientificismo, esa herejía que promete resolver y explicar todo lo humano, a través sólo de la ciencia; o al economicismo, que jura que sólo la economía salvará la humanidad. Porque cada «ismo» al uso, gusta depreciar el resto valores morales, culturales, educativos o filosóficos: todo lo reduce, cada cual, a una escala en la que el «ismo» es dios y el resto de realidades vitales, su plebe. Y puede que, a rebufo de tal moda reduccionista, muchos políticos hayan caído en la fiebre de ese politicismo rampante en el que exaltando la primacía de la política sobre cualquier otro arte, atribuyen a su expansión la capacidad de remediar todos los problemas divinos y humanos, de forma que ya no habrá mal que no resuelva una buena política. Vean al nacionalismo que promete el paraíso para el día siguiente a la independencia, avivando un fervor que espanta. Así que los próceres actuales, asistidos por el poderío del marketing -el gasto mundial en marketing, duplica al de I+D, por cruel que les suene-, y enardecidos por su absurda fe atea en la política, tachan cualquier crítica a la banalidad narcisista a sus oficiantes (políticos), de reaccionaria (adueñados de la voz «progreso») y, cada día más, lo acaparan todo, lo regulan todo, es inútil sortear su omnipresencia discursiva en los medios, monopolizan todos los horarios: ¡son insaciables! Y la política, que nació como un servicio a la colectividad, hoy se vive como un mantra invasivo de todos los espacios sociales, laborales, judiciales, artísticos, etc.: una plaga más embrutecedora, incluso, que el futbolismo.

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