Promise

“Se agotaron los tonos sin descolgar. Insistió. La reincidencia siempre evidencia importancia”

19 de agosto 2023 - 00:00

La melodía sonaba bien. Desde la orilla parecía un violín. El agua estaba fría para ser agosto y no estar en el Atlántico. El corazón marcaba otra temperatura. De medirse en un termómetro de mercurio seguro que estaba más lejos de las décimas que adormilan que de una fiebre sudorípara y tiritona. La sudadera de algodón con letras estampadas en colorines florales no estorbaba. Nada molestaba allí. Ni el destierro. Ya había aprendido a amar la soledad y a adorar el silencio. Pero se engañaba. Mentir a los demás es un defecto relativamente vano, timarse a uno mismo es de género tonto. Era un amor-odio. En su fuero interno le tenía tirria y animadversión. No estaba hecha para no compartir, para no dar, para no decir, para no tocar, para no sentir. El solar en el que se había convertido su interior ya meses atrás presentaba grietas de aridez. Las fisuras eran de tal envergadura que el quebranto era evidente desde fuera. El líquido salino y transparente le había arrugado los dedos. Quietud. Ni las nubes bailaban al sol del instrumento de cuerda que seguía agitando el brazo derecho recostado sobre el hombro contrario. En ese atardecer los amarillos anaranjados del sol adelantaban una flash fotográfico. La encandilaron. Colocó la palma de la mano como el saludo de un soldado raso al sargento condecorado para protegerse de la luz y guiñó los ojos en el gesto más puro de un miope para distinguir sombras a una distancia media. En esa mueca lo notó. Dio un respingo sobre las caracolas que se escondían entre sus piernas. La vibración rompió la intimidad. Miró de reojo. Si a una edad ya nadie pregunta qué comes, a quién besas o a quién rezas, menos quién llama. Dejó sonar. Se agotaron los tonos sin descolgar. Insistió. La reincidencia siempre evidencia importancia. Las pupilas solo intuyeron una “J”. Descolgó por inercia. El tono de voz era un acorde más armónico que la partitura clásica que se entremezclaba entre el teléfono y sus palabras. Si el olor es memorable, es lo último que se olvida, el timbre de la garganta es lo primero en recordarse. No remarcó nada típico ni tópico. Parecía entrever que le preguntaba dónde había estado. La marea borraba su nombre, pero continuó escribiéndolo en la arena empapada al compás del beso entre el mar y el cielo. El mismo añil que miraba musitando: esperándote, estaba esperándote. Cerró los ojos en un momento de recogimiento y simplemente, se lo prometió.

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