Recuperemos a los Rolling Stones

No, no propongo una especie de evacuación tántrica de nuestros desechos intestinales que nos llevase a hacer una "caca de memoria"

No propongo lo anterior a colación de la pérdida este verano de Charlie Watts, uno de los integrantes del mítico grupo de dicho nombre, lo cual hubiera precisado del uso de mayúsculas en el título de esta colaboración. No, lo hago como consecuencia de lo vivido en mis caminatas por algunos senderos de nuestro Parque Natural marítimo-terrestre. Tampoco lo hago con el deseo de lograr una especie de evacuación tántrica de nuestros desechos intestinales que nos llevase a hacer algo así como una "caca de memoria", evitando el uso de papel (higiénico) cada vez que completamos el proceso digestivo con el paso concluyente. Sinceramente, que un apretón campestre no seamos capaces de gestionarlo como ya alguna generación anterior nos enseñó a hacerlo -cogiendo antes una buena piedra sin aristas-, sólo nos habla de lo lejos que andamos de alcanzar un comportamiento sostenible con el medio ambiente.

El verano es uno de esos momentos de número extremo de visitas a nuestros espacios naturales y, por tanto, ese almeriense arquetípico que alucina con la limpieza en otros lugares -"he estado en Oviedo; oye, y allí no te encuentras una colilla en el suelo"-, no duda en justificar la suciedad aquí ("hombreeeeee, con este viento que tenemos…").

Recoger por esos senderos vírgenes latas olvidadas, paquetes de tabaco vacíos, colillas de cigarrillos que cayeron fuera de su envase, botellas y vasos de plástico abandonados, mascarillas que caen sin que las acompañe el rostro protegido, compresas usadas que dieron asco ser guardadas en un envase adecuado,… recoger, decía, tantas cosas "olvidadas", es un ejercicio que nos puede estimular para ayudar a que el medio no sufra los despistes de otros, y todo sea más llevadero. Pero lo que es inaceptable es que tanta modernidad nos haya llevado a no saber que ante un apretón campestre lo que hay que hacer es proveerse de un canto rodado que nos apañe el momento. Rara es la ocasión en la que he podido llegar a ver ese pañolico de papel bajo una piedra que lo tape, de modo que el deterioro (visual) sea mínimo. Y eso que el uso de la celulosa no se ha extendido entre los canes, quienes nos dan una buena guía: sus señalizaciones, colocadas entre unos quince y unos treinta y cinco centímetros del suelo, nos permiten concluir que esos restos no duran más allá de tres semanas "conviviendo" en el entorno. Mucho menos que el papel. Y mejor camuflados.

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