Crítica literaria
Francisco Bautista Toledo
La Unión
LEÍ en una ocasión que una profesora explicaba un ejercicio práctico a sus alumnos de 9 años. Un grupo debía sembrar unas semillas en dos macetas y ponerlas junto a la ventana del aula. Luego, ese mismo grupo se encargaría de regar todos los días el primero de esos dos tiestos. El resto de los alumnos se dedicaría a rezar para que germine lo que han sembrado en el segundo, pero sin echar una sola gota de agua. El resultado les hizo ver que rezar es una gran ingenuidad, puesto que la oración no consiguió que brotara la planta.
A veces nos pasa como aquella profesora. Pero rezar no es eso. No se trata de esperar a que alguien te resuelva la vida. El hecho de que alguien no sepa tocar el piano, no quiere decir que este instrumento de música no sirva para nada.
Así que les pongo el siguiente ejemplo para entender por qué y para qué rezamos. Verán, igual que un día nuestros padres nos regalaron una bicicleta, Dios nos regaló la vida. Por supuesto la bicicleta llevaba patinetes, hasta que supiéramos conducir. Pues bien, de la misma manera, nuestra vida se nos dio con otros resortes de seguridad: los padres, la familia, los amigos, etc. Llegó el momento de quitar los patinetes y vinieron los primeros porrazos. Es decir, vamos haciéndonos adultos y nos encontramos con los primeros desengaños que nos hacen daño. Pero ahí están nuestros padres para decirnos que no pasa nada, que volvamos a intentarlo. Y de la misma forma, Dios nos pone en pie con su perdón y vuelve a apostar por nosotros, a pesar de nuestras caídas.
Finalmente llega el día en el que somos capaces de conducir la bicicleta nosotros solos. O dicho con otras palabras: ya somos protagonistas autosuficientes de nuestra propia vida; no necesitamos de nadie para llevarla por donde queramos y como queramos. Y aquí viene nuestra primera osadía: olvidarnos de quién nos dio la bicicleta, olvidarnos de Quién nos dio la vida, y pensar que es nuestra. Así que un buen día, decidimos aventurarnos solos por otros caminos, alejándonos de aquellas manos que antes nos ponían en pie al caernos de la vida y nos alentaba a seguir adelante.
El problema es que, aunque efectivamente no necesitamos de nadie para llevar "nuestra" vida (la bicicleta) y además descubramos rutas fascinantes o desconocidas, cuando ahora nos volvemos a caer no hay nadie para ponernos en pie. Estamos, por elección personal, solos. Y es cuando nos preguntamos: ¿para qué ponernos en pie?; ¡dichosa bici, dichosa vida, estoy aburrido de ella! Entonces, si nos tragamos el orgullo y humildemente reconocemos nuestras limitaciones, damos la vuelta con la bicicleta, con la vida, y volvemos a la casa del Padre para decirle: "mira, perdona por irme sin decir nada; pero que si merece la pena viajar con la bici, vivir y viajar por este mundo, es porque tú vas a mi lado"… En la oración le pedimos a Dios su compañía y amor, para ponernos en pie, como Él en el Calvario, y llenarnos de fuerza y coraje con su amor.
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