NOTAS AL MARGEN
David Fernández
Los profesores recuperan el control de las aulas
En el templo de Apolo, en Grecia, había en el frontispicio de la entrada una inscripción que decía así: "Conócete a ti mismo". Se trataba de dejar claro que la asignatura más importante de cada persona es uno mismo. Este autoconocimiento es necesario para lograr una personalidad equilibrada, para mejorar como persona y para ser profesionales competentes y cultivados, El conocimiento propio nos ha de llevar a aceptar nuestras limitaciones y a concretar un proyecto de mejora a corto y a medio plazo, realista y asequible.
Observarse a sí mismo es como asomar la cabeza un poco por encima de lo que nos está ocurriendo, y así tener una mejor conciencia de cómo somos y qué nos pasa. Por ejemplo, es diferente estar fuertemente enfadado, sin más, a estarlo, pero dándose uno cuenta de que lo está.
Cuando falta ese conocimiento, es frecuente tener una personalidad inmadura, que se caracteriza por la ausencia de proyecto de vida y la falta de visión y de planificación del futuro. Además, también suele faltar la adecuada educación de la voluntad. Cuando ésta es frágil convierte al sujeto en alguien débil, caprichoso, incapaz de ponerse objetivos concretos, ya que todos se desvanecen ante el primer estímulo que llega de fuera y le hace abandonar la tarea que iba a tener entre manos. Se trata de una persona que no sabe vencerse, solo sigue sus impulsos inmediatos. Así se ha ido convirtiendo en, superficial y frívolo, que se entusiasma fácilmente con algo, para abandonarlo cuando las cosas se tornan mínimamente difíciles. Esto favorece baja tolerancia a las frustraciones, ser mal perdedor, ya que tiene poca capacidad para remontar las adversidades, pues no está acostumbrado a vencerse en casi nada; tendencia a refugiarse en un mundo fantástico, para alejarse de la realidad.
En la persona inmadura suele faltar criterios morales y éticos estables. La moda, la permisividad, el relativismo son pautas vertebrales básicas, sigue los vaivenes de lo último a lo que se apunta todo el mundo sin ningún espíritu crítico.
Sin embargo, una persona madura y equilibrada tiende a mirar siempre con afecto la propia vida y la de los otros. Contempla toda la realidad que le rodea con deseo de enriquecimiento interior, porque quien ve con cariño descubre siempre algo bueno en el objeto de su visión. De esa manera, se hace más optimista, más alegre, más humano, más cercano a la realidad, tanto a la de los hombres como a la de las cosas.
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