Una línea recta que une dos puntos en un mapa siempre es el camino más rápido para llegar de un sitio a otro dentro de una ciudad, pero siempre y cuando podamos atravesar los edificios como si fuésemos un superhéroe, o saltando obstáculos y escalando haciendo parkour como si fuésemos un yamakasi. Una línea recta: el camino más rápido, la geometría más simple, el movimiento más intuitivo y a la vez el más complejo de todos.
Si queremos viajar de Almería a Madrid sin tardar 105 horas andando o 743 horas en un tren, lo más simple y eficiente sería coger un avión, que apenas despega, hace un par de giros y ya apunta con su morro a la capital, para a continuación poner el turbo y atravesar las nubes por aire en línea recta hasta llegar a su destino. Lo más simple posible a la vez que el mayor y más complejo avance tecnológico de la humanidad después del internet y los chérigan de atún.
Al igual que la mayoría de polos opuestos, la simplicidad y la complejidad se unen por detrás tocándose en su punto más interno. Grandes autores y artistas han trabajado incansablemente depurando sus obras hasta conseguir quedarse con lo fundamental y no hablamos sólo de la abstracción de Kandinsky o los dibujos del toro de Picasso en sus últimos años de vida. Sino disciplinas tan variadas desde la física, la ingeniería o las meras matemáticas han buscado siempre la manera más sencilla y elegante de resolver cualquier problema. Y esto ha sido precisamente el fin último de mentes tan complejas como Einstein o Newton que consiguieron resumir un extenso conocimiento en fórmulas de apenas tres letras.
En arquitectura, esta complejidad conceptual se traduce en espacios, volúmenes, sensaciones y emociones que en algunos casos pueden llamarse erróneamente como minimalismo. El Panteón de Roma es simplemente un círculo de aire rodeado de hormigón y con un óculo en el techo. ¿Acaso alguien se atrevería a decir que es minimalista? Es extremadamente simple pero no es nada sencillo, es más, es una de las obras más complejas y asombrosas de la historia. Se dice que toda persona con cierta sensibilidad espacial, sea arquitecto o no, se emociona tanto al entrar por primera vez, que se suele escapar alguna lagrima furtiva que agarra el corazón. Dudo mucho que su arquitecto no investigase mucho hasta llegar a concatenar un círculo con un cuadrado. O sino que se lo digan a Malevich, lo que tuvo que pasar hasta pintar un cuadrado blanco sobre un fondo blanco.
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