Taxi versus VTC

Los nuevos esclavos del siglo XXI ya no van con cadenas. Ahora se presentan con contratos basuras

Debo reconocer que siempre he admirado la labor de los taxistas. Quizás, porque desde pequeño siempre he vivido ese oficio muy de cerca. Porque quizás siempre permanecerá en mi retina cómo veía a mi abuelo, un hombre humilde y tranquilo, levantarse desde las cinco de la mañana para dejarse la piel en aquel coche que, sin duda, era casi su segunda casa. Así transitaba el día, aquel hombre, con su casa azul en las espaldas, con sus sueños al borde del abismo -nunca sabía cuántas carreras iba a hacer y si, por lo menos le llegaría para pagar el café o la gasolina del día. Aquel hombre, humilde y tranquilo, pudo edificar un hogar a base de sueños y darle la dignidad que toda familia merece. Y eso lo hacía todos los días de su vida. Hasta que caía la noche irremediablemente sobre sus párpados. Pero nada queda ya de aquella época. Apenas unos recuerdos, unas fotografía y el íntimo deber de honrar a mis antepasados. La crisis del taxi viene ya de largo. Y el estado, por las razones que sean, no ha querido, no ha sabido o no ha tenido la necesidad de abordar un problema que viene desde el dos mil ocho. Han pasado más de diez años y aún no se ha atendido unas reclamaciones que, legítimas, vienen desde lejos. La burbuja en el sector del transporte, sobre todo en los autónomos, la numerosa cantidad de transportistas autónomos que existe, el poco volumen de pasajeros que hay para repartir unos miseras carreras y, sobre todo, la dimensión que ha llegado a alcanzar la adquisición de nuevas licencias que hacen que no se pueden pagar los créditos e hipotecas que ha contratado los taxistas y que, ahora, once años después, están desesperados porque pueden perder el taxi, la casa y todo lo que han trabajo gracias a la falta de previsión o inanición por los responsables que ha hecho posible la implantación de unas empresas de VTC -vehículos de transporte con conductor-, sin realizar un estudio de mercado, sin contar con los agentes sociales implicados y sin dar ningún tipo de alternativa ante el destrozo y la eliminación de un sector fundamental. Si bien es verdad que no estoy de acuerdo con aquellas apreciaciones que se han realizado a algunos responsables -menos dando razones homófogas para sustentar un discurso que ya por sí solo es legítimo e incuestionable-, debo reconocer que no podemos censurar el hecho legítimo de quejarse. Sin violencia, ni argucias indignas para un sector desesperado que ya no aguanta más. Y todas estas decisiones que afectan al ciudadano de pie, no van más que en la dirección que interesa. Los nuevos esclavos del siglo XXI ya no van con cadenas. Ahora se presentan con contratos basuras y con endeudamientos casi imposibles de pagar -ya se encargará el sistema que lo pierdas todo-, para seguir alimentando un sistema implacable con sus conciudadanos.

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