Topares, el salón social y el obispado

Espero, por el bien de todos, que el problema se reconduzca. Enquistar el confliucto sólo traerá dolor

La capacidad del ser humano por complicar y complicarse la vida es infinita. Aunque la distancia más corta entre dos puntos es la línea recta, siempre nos empeñamos en serpentear el camino, plagarlo de obstáculos y trabas. La última novela del reconocido y superventas escritor Ken Follett se titula 'Nunca'. Un thriller extraordinario, lleno de heroínas y villanos, falsos profetas, agentes de élite, políticos desencantados y cínicos revolucionarios. Follett envía un mensaje de advertencia para nuestros tiempos en una historia intensa y trepidante que transporta a los lectores hasta el filo del abismo. No les descubro más porque sería un espoiler que no me perdonarían. Pero si les confirmo que la vida se complica en cada una de las páginas hasta el extremo, por la tozudez del ser humano, la falta de empatía, el egoísmo y la detentación del poder.

Y no es que el caso que nos ocupa, Topares y el salón social vaya a suponer el final de la humanidad tal y como la conocemos, ¡que no!, pero si nos demuestra hasta que punto somos capaces de crear problemas y ser incapaces de solventarlos con dignidad, delicadeza y acuerdos satisfactorios para todas las partes.

Todavía espero que alguien de la Diócesis de Almería sea capaz de explicar a los ciudadanos de Topares y a los de la provincia qué beneficios va a obtener el Obispado registrando a su nombre el salón social del pueblo, mejorado por los vecinos, mimado por quienes allí habitan y convertido, nunca mejor dicho, en un lugar de culto para varias generaciones de topareños.

Entiendo que la reivindicación es justa y tengo la sensación de que aquellos que han decidido plantarse no van a parar hasta alcanzar un acuerdo que destierre para siempre modos y opacidades del pasado, que en la sociedad actual no caben.

A lo largo del último año los católicos almerienses han visto con pesar, tristeza y desánimo la lucha de poder de la Diócesis. Muchos han entendido que la llegada del nuevo obispo venía a levantar alfombras, airear espacios y, lo que es más importante, acercarse a los feligreses, de los que la iglesia no está sobrada.

Si la percepción y lo transmitido es esto, cómo es posible que todo un pueblo se levante en contra de una acción injusta, que acarrea el alejamiento de la iglesia de aquellos que, durante años, han formado la comunidad decepcionados. Aún hay tiempo de retomar negociaciones, de cerrar heridas y de acabar con un problema que a nadie beneficia. Todavía es posible cercenar de raíz las tensiones y recuperar el entendimiento. Con su actuación la iglesia ha convertido el salón social en un símbolo de lucha y a aquellos que defienden su uso para el pueblo, como no puede ser de otra manera, en mártires de una causa justa. Espero, por el bien de todos, que el problema se reconduzca. Enquistar el conflicto sólo traerá dolor.

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