Toda desconfianza es poca, si algo se aprendió de la crisis catalana de hace dos años es que los exaltados adelantan los hechos. Los incrédulos que se asombraron de la huida de Puigdemont a Bruselas no había leído, en las webs independentistas, que ésta era una de las opciones, la otra era el encierro en el monasterio de Monserrat. Cuando el Parlamento catalán llama a "la desobediencia política e institucional" no hace retórica, está llamando a la insumisión material, a convertir Barcelona en Hong Kong después de la sentencia del Supremo. Créanlo, esta vez no serán masas cívicas, sino ese 3% de la población que toda revolución necesita para triunfar. Piensen un momento: ni a Puigdemont ni a Quim Torra le queda otro futuro que su victoria final. Los Equipos de Respuesta Táctica (ERT) lo andan preparando. Uno de los detenidos esta semana ha declarado ante el juez y la Guardia Civil que Quim Torra conocía su intención de tomar el Parlamento. Corresponde al juez averiguar cuál es la implicación real del presidente de la Generalitat, y puede ser falso, pero cuando Torra les pidió "apretad", tampoco hacía retórica. El octubre catalán de 2019 va a ser distinto, y ni Grande Marlaska ni Sánchez deberían confiar, es una pequeña minoría, pero dispuesta a más. Ojalá que no tarden tanto como Rajoy ni sean tan ciegos como Zoido.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios