Vigilar a los vigilantes

Importa cuidar, de recto y juicioso modo, la seguridad y el ejercicio de quienes han de salvaguardarla

Una pregunta formulada en la Antigüedad clásica fue precisamente esta: "Quién vigilará a los vigilantes". Sobre su origen hay varias versiones, del mismo modo que para su objeto o materia. El satírico poeta romano Juvenal, que conoció los tiempos entre el siglo I y el II, pareció hacerse esa pregunta en cuestión del control aplicado a la fidelidad de las mujeres, y de ahí que inquiriese por la vigilancia de los hombres que a ello se daban. Platón, en el siglo IV a. C., se desenvolvía bastante mejor con la filosofía política, y por eso refirió la pregunta a la corrupción política, que acompaña al género humano desde la mismísima fundación de la polis. En La República, una clase guardiana protege a la ciudad, y Sócrates, como protagonista de esa obra de Platón, se pregunta también: "quién guardará a los guardianes". La respuesta es escueta pero alumbradora: ellos se cuidarán a sí mismos, sostiene Platón. No pensaba, conviene decirlo, en los cuerpos o fuerzas de seguridad, sino en los gobernantes, y aconsejaba practicar con ellos la disculpada estrategia de la mentira piadosa: era esta la de convencerles de que eran mejores que aquellos a los que debían servir y, de ese modo, entender como responsabilidad propia la de cuidar y proteger a los inferiores. Debía conseguirse también, como efecto de esta utilitaria, además de piadosa, mentira, que los gobernantes no fueran reclamados por el poder y su elenco de privilegios, o por el vehemente empuje de la ambición, sino ante el convencimiento de que habían de ejercer su público cometido por justicia.

El reparto del poder en las democracias consolidadas -preferiblemente sin desequilibrios entre instancias legislativas, ejecutivas y judiciales- tiene bastante que ver con la filosófica, y controvertida, cuestión del poder último. Y el resultado del ejercicio de ese poder distribuido ha de preservar, entre otros muchos asuntos principales, la seguridad ciudadana. Parejo a la naturaleza del poder están los atributos de la autoridad y su legítimo uso. Max Weber, en las páginas de La política como vocación -para cuánto da este título-, atribuyó al Estado la legitimidad del uso de la violencia, a través de las fuerzas policiales y militares. De ahí al uso legítimo de la violencia por el Estado y a la responsabilidad de este cuando no se toman las medidas adecuadas para asegurar los derechos y las libertades de los ciudadanos. Por eso importa cuidar, de recto y juicioso modo, la seguridad y el ejercicio de quienes han de salvaguardarla.

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