El año Sorolla

En la última visita salí con la impresión de que el museo estaba prácticamente a oscura

La última vez que estuve en el Museo Sorolla de Madrid, hace poco más de un mes, volví a notar, de una forma aún más acentuada, la pésima iluminación que allí tienen las obras del insigne pintor valenciano. Es un problema generalizado de las casas-museo, que al primar la reconstrucción historicista de los espacios y establecer convivencias entre las piezas de decoración de las estancias domésticas y los cuadros, se sacrifica la idónea exhibición de estos últimos en pro del efecto de conjunto, del ambiente que se pretende recrear. En el caso de Sorolla es más desolador el efecto, pues se hace del todo imposible apreciar la luminosidad y virtuosa paleta colorista de sus obras. La sensación es de una pobreza enorme y de una falta de respeto hacia la obra de uno de los más grandes artistas de nuestra historia contemporánea. En esta última visita salí con la impresión de que el museo estaba prácticamente a oscuras, incluyendo las salas de exposición temporal, que noté también muy bajas de luminosidad. Se acentúa aún más la decepción cuando cae uno en la cuenta de que estamos en el centenario de la muerte del artista y por todos lados se anuncian exposiciones y actividades para celebrar la ocasión. Desde Madrid a Valencia, pasando por Alicante, Zaragoza y otras muchas, parece que vamos a tener una saturación de exposiciones temporales por toda la geografía patria que pretenden aprovechar el enorme tirón popular del artista. Late en todo ello, más que un deseo verdadero por estudiar aquellos aspectos de su obra aún pendientes, un oportunismo cultural y mediático desde distintos ámbitos del poder político cultural establecido y sus correspondientes instituciones museísticas. Y todo ello en un crescendo expositivo de los últimos años que no ha parado de hacer muestras dedicadas al artista, hasta unos extremos que provocan ya cierto hartazgo. Sucede todo esto, además, en un momento en el que el Ministerio de Cultura no ha podido culminar las obras de ampliación del ya aludido Museo Sorolla a tiempo para este centenario, anunciadas y cacareadas desde hace mucho. Y otro tanto podría decirse de la publicación, de una vez, del catálogo razonado del artista, en el que su biznieta lleva ya décadas trabajando sin que los amantes de Sorolla hayamos visto aún sus frutos. La obra de Sorolla necesita ser expuesta permanentemente en su museo de forma amplia, digna, y ser estudiada de forma rigurosa, a la altura de los más grandes de la pintura europea. Se merece eso. Y todo lo demás son pamplinas y fuegos de artificio.

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