Graderío

Ramón Gómez- Vivancos García

Una apuesta arriesgada

AUNQUE no lo parezca, Juanma Lillo tiene mucho que ganar y poco que perder en su nueva etapa rojiblanca. Lo digo porque hoy, con su presentación, retorna a la élite del fútbol español el técnico que ninguna afición quiere ver sentado en su banquillo. Con este precedente, el cuarto entrenador vasco que dirige en primera a un conjunto de nuestra ciudad, probablemente será alabado cuando acierte, ya que, en teoría, poco o nada se espera de él. Sin embargo, sus errores puede que pasen más desapercibidos por culpa de esa aureola que le rodea de técnico teórico, pero ineficaz. No obstante, desde estas líneas, Lillo siempre será juzgado sin estigma alguno, porque las personas evolucionan y aprenden de sus errores y de sus aciertos, que también los ha tenido. El mejor entrenador no es quien lleva su idea futbolística, tenga la plantilla que tenga, a sus últimas consecuencias, sino quien logra adaptar, fusionar, de la manera más adecuada, su filosofía a los jugadores que en ese momento tiene a sus órdenes, con el objetivo de agrandar sus virtudes y ocultar sus defectos. Desde luego, ni el mejor amigo de Lillo, quizás Guardiola, hubiera programado un debut en casa ante el débil Xerez con tantos días de antelación, gracias al absurdo y antieconómico parón de Navidad que el fútbol español realiza, a diferencia de la Premier League y de la NBA. En una de sus célebres frases comenta Lillo, "Messi ha mejorado mucho, en no jugar de forma trascendente pelotas intrascendentes". Lo malo, o lo bueno diría yo, es que tiene razón. Ahora necesitamos que sus brillantes sentencias, de las que se pueden encontrar cientos en internet, las sepa llevar a la práctica.

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