El arte y el dinero

Viene al pelo recordar el aserto picassiano: "Un pintor pinta lo que vende y un artista vende lo que pinta"

Desde la eclosión del Romanticismo, con su visión en extremo poética de la creación y los creadores, ha perdurado un perfil del artista exacerbadamente puro, incontaminado de apegos materialistas y radicalmente libre, casi sin las necesidades comunes al resto de los mortales, tan vulgares e indeseables. Entre esas necesidades inevitables, el dinero constituye la primera y definitoria, determinante para poder vivir dignamente y mantenerse. A nadie se le oculta que, hoy, el mercado del arte es la clave para entender el valor socio-cultural que se otorga a un artista y a su obra; un mercado ciertamente globalizado y de tendencias caprichosas donde, a diferencia de antaño, la calidad del producto no garantiza cotizaciones justas o perdurabilidades en el tiempo. En un sistema democrático -o mejor, oclocrático- prevalece la opinión de una mayoría mediocre o ignorante que, además, puede ser fácilmente manipulada o dirigida desde determinados intereses económicos y de poder. Ello explica la valoración y perdurabilidad de mucha basura artística, mientras que al verdadero talento cada vez le cuesta más encontrar grupos -aunque sean reducidos- donde se le entienda. Pese al poder omnipresente del dinero en el mundo del arte, es prácticamente imposible encontrar -en entrevistas o crónicas mediáticas- declaraciones de la gente del medio hablando del asunto, reconociendo la importancia de lo crematístico. Los artistas siguen hablando poéticamente de su labor, como grandes gurús que tienen encomendada la misión de guiar a la sociedad, pero nunca reconocen que trabajan para vivir y que venden para ganar dinero; esa parte tan ingrata nunca aparece entre los esplendores del primer plano. En el fondo, se trata de un autoengaño que afecta a todos por igual, tanto al artista como a la sociedad que espera y recibe sus creaciones. En realidad, a casi todo el mundo le gusta tener esa imagen estereotipada del artista; es lo mismo que acontece a cualquier creyente, que prefiere no cuestionarse su fe porque sospecha que todo podría desmoronarse y producirle infelicidad. Pero, desde que el mundo es mundo, los artistas han trabajado para otros por dinero y nunca lo ocultaron hasta que históricamente triunfó el perfil romántico del creador. El debate entre artista comercial y artista verdadero, como opuestos, tiene una vigencia asombrosa. Al respecto, y sentando cierta cátedra que vale para cualquier época, viene al pelo recordar el aserto picassiano: "Un pintor pinta lo que vende y un artista vende lo que pinta".

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