La ciudad y los días
Carlos Colón
Nacimientos y ayatolás laicistas
HAY pocos momentos en la infancia comparables a cuando te enteras de que los Reyes Magos son los padres. Los de mi generación quedamos marcados también cuando abrimos los ojos y fuimos conscientes de que las peleas de Pressing Catch eran puro teatro. Niños, que se dividían entre los que eran de Hulk Hogan y los que eran del Último Guerrero, no podían concebir que la aparición in extremis de Macho King armado con una silla para salvar de la cuenta atrás a Terremoto Earthquake no fuera fruto de la más pura magia de ese mundillo. En el recreo, el que más o el que menos se ha dejado el lomo en el suelo realizando una patada voladora. Tiernos infantes vibrábamos con duros golpes como el súplex o la sillita eléctrica. No muy cultural y edificante, cierto, pero al menos aprendimos desde bien pequeñitos lo que significa zafarse. Yo, por si no era suficiente con lo del clavito, tuve que aguantar también durante bastante tiempo lo de Pablito Terrores. Muñecos, videojuegos, aquel infame spin-off femenino de Las chicas con las chicas... Todo un universo que aún hoy recordamos con un extraño cariño.
Siempre me ha llamado la atención que la gente acudiera a esos eventos, sabiendo lo guionizado del tema, como si de un verdadero campeonato de lucha se tratara. Y en EEUU sigue teniendo su tirón. Lo que no me esperaba es que ahora van unos tíos en Lavapiés y ponen en marcha una asociación de lucha libre al más puro estilo de la World Wrestling Federation, salvando mucho las distancias, claro.
Rayo Verde, Vanquisher o Mark Caretaker emulan los míticos combates del Enterrador, los Sacamantecas, el Poli Loco y compañía. Lo hacen por amor al arte, por amor a todas esas mañanas pegados al televisor viendo Telecinco. Son luchas escenificadas, que requieren su entrenamiento y no están exentas de peligro. Dicen que hay que saber encajar los golpes, porque ahí han llegado a partirse brazos, costillas y narices. El baile de San Vito es lo que tiene.
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