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Avelino Oreiro
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Existen desde enero de 2002, cuando entró el circulación la moneda única europea. Pero la mayoría de familias españolas no ha visto jamás un billete de 500 euros y prueba de ello es que se les ha conocido popularmente hasta ahora como los binladen, en referencia a quien fue el hombre más buscado en el mundo tras los atentados del 11-S en Nueva York. Existen, pero pocos los han visto y muchos menos han dispuesto de un fajo. La constatación de que se había convertido en la moneda habitual de las actividades ilícitas y el blanqueo de capitales llevó al Banco Central Europeo a decidir que se dejaran de emitir esos billetes hace casi siete años, aunque siguen siendo de curso legal y mantienen todo su valor.
Según el Banco de España, la cantidad de efectivo circulante en esa moneda ha ido disminuyendo en este país, que llegó a acaparar una cuarta parte del total de la eurozona, sobre todo en la época de la burbuja inmobiliaria. Entre esta medida y otras de limitación de pagos y movimientos de dinero en efectivo, casi nos habíamos olvidado de los binladen. Hasta que llegaron las chistorras (txistorras, para ser más fieles). Gracias a los tejemanejes desvelados por la UCO en su investigación patrimonial del ex ministro José Luis Ábalos y las conversaciones de su asesor Koldo García, en España los billetes de 500 han empezado a ser conocidos con un nombre mucho más castizo. Aunque la mayoría sigamos sin verlos, ya sabemos que siguen existiendo y que vuelven a ser la moneda común de las corruptelas, como hace dos décadas.
Más allá de si los billetes que manejaban eran chistorras o lechugas (como la UCO dice que llamaban a los de cien euros), la imagen del ministro español más poderoso de aquellos años recibiendo sobres de su partido y pagando grandes gastos en metálico es demoledora para una democracia que pretende ser seria. Incluso en el caso de que este asunto no escalara más respecto a la trazabilidad del dinero en efectivo con el que pagaba el PSOE, la constancia de que el pago en cash es un hábito común deja muchas dudas sobre la transparencia en la gestión. Aunque solo sea por aseo democrático, es necesario poner coto a estas prácticas habituales en los partidos políticos, organizaciones que no podemos olvidar que se nutren sobre todo de dinero público y que están manejados casi siempre por las mismas personas que tienen los hilos del poder en las instituciones, los mismos que adjudican contratos millonarios y cambian vidas.
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