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David Fernández
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Sin toro, no hay espectáculo, pero con toro y sin bravura, tampoco. Esta cuestión es motivo de un profundo debate. ¿Qué es la bravura, entonces? La raza, la casta, la movilidad, el peso,el temperamento, equilibrados, con la nobleza. De manera que el animal siga los engaños, por los dos pitones, con codicia y clase, pelee en varas, no escarbe, no muja y no huya, en ninguno de los tercios, a las tablas. Y, así, no agote su embestida antes de que el diestro entre a matar. Selección y alimentación son dos factores básicos en la crianza del toro y en su posterior éxito en los ruedos. Todo crítico taurino sueña con caligrafiar en la ficha de la crónica que el encierro estuvo bien presentado fue bravo y noble, empujó en el caballo, humilló, repitió la embestida, tuvo recorrido y dio un excelente juego.
Un toro, pasado de kilos, y alimentado con pienso, un tiempo excesivo, en lugar de lo natural, tendrá problemas en la plaza. Pero no basta: hay que conseguir que, en el transporte y en los corrales, el animal no se sienta extraño, de manera que no se vea afectado por el estrés y la fatiga. Un buen aficionado será, de este modo, torista, antes que torerista.
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