Monticello

Víctor J. Vázquez

vvazquez@us.es

Está buena España

La impureza inteligente fue, durante años, nuestra gran virtud pública

Paolo Conte, ese artista que es, lo sabe Dios, el más grande italiano vivo, compuso hace ya años una canción, Vita da sosia, ambientada en las brumas nocturnas de una taberna española. En un momento de dicha pieza se narra, mientras suena un pasodoble acelerado, la entrada de un comandante al tugurio. No podrá usted darse cuenta de la entidad concreta de lo que va a pasar, alguien le advierte, poco antes de que la juerga suba el tono y, en el desmadre total, en la anarquía ufana, el estribillo nos levante al grito de: "Esto es España, una casa de tolerancia". No sé si Paolo ha leído a Valle Inclán, mas su tema nos transporta a la taberna del Pica Lagartos. ¡Vi-va-Es-pa-ña!, ¡Guau! ¡Guau!, ¡Está buena España! gritaron allí el Pelón, el Can, y Zaratustra, momento antes de que Max Estrella nos dejara una verdad premonitoria sólo al alcance de la literatura: Aquí los puritanos de conducta son los demagogos de la extrema izquierda. Acaso nuevos cristianos, pero todavía sin saberlo. La pureza en política es una encrucijada que llega sin avisar, como aquel antinacionalista de ayer que, a fuerza de llevar liberal razón, es hoy acrítico y obediente peatón en la revolución de las sonrisas del nacionalismo español. En cualquier caso, frente a la visión cerril de nuestra constitución material, conviene no perder la pista a esa otra lectura de nosotros creativa y anárquica que cada tanto emerge, a esa ilusión de lo imprevisto como la que nos dejó esta semana, entre vivas a San Sebastián, patrón del gay, la furia del radiofonista de derechas contra el neoevangelismo del partido reaccionario español, o el encontronazo de la alcaldesa progresista de Madrid con los nuevos cristianos del Ministerio de Igualdad.

Como dice el profesor Eloy García, no se debe olvidar, para entendernos, que la nuestra es la primera Constitución postmoderna. No nace de la revolución, sino de un momento político en el que distintos fragmentos como la monarquía, el foralismo, la ilustración liberal, el pluralismo político, la justicia social o el parlamentarismo… se ordenaron en un texto que integró nuestro pasado para el futuro, pero que demanda una sociedad a su extraordinaria altura. No tanto capaz de mantener la moderación -palabra de mal augurio en nuestra historia- sino de no perder esa impureza inteligente que fue, durante años, nuestra gran virtud pública. Mas confiemos con Zaratustra -y con Ignacio Garmendia- en que, impuros mediante, está buena España.

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