Caminando

M. Torreblanca

La casa que enloquece

22 de mayo 2015 - 01:00

A VECES me gustaría ser prima de Astérix, o por lo menos ciudadana de ese reducido y ficticio clan galo que tantos quebraderos de cabeza y tantos zarpazos propinaba a la soberbia romana. No por tener la fuerza o la velocidad de aquél, ni la capacidad intestinal de Obélix, ni la campechana e ingenua impronta de su jefe entronado sobre un escudo a hombros del pueblo. Me gustaría experimentar en mis carnes la hazaña conseguida gracias al ingenio de Astérix en una de las doce pruebas que el César maquinó con la intención de corroborar, o no, el carácter deífico de esa aldea tan pintoresca. Gloriosa prueba a pesar de su aparente simplicidad. Para quien desconozca esta aventura, la pareja más popular del cómic francés debía entrar en un edificio traducido al español como "La casa que enloquece" y conseguir el formulario A38, que les permitiría acceder a la prueba siguiente. Astérix pensó que sería una tarea sencilla, absurda, una simple formalidad administrativa, hasta que se adentraron en las fauces de la burocracia y casi pierden la cabeza entre retrasos, colas, peticiones sobre peticiones, ventanillas cerradas, funcionarios desinformados, cotorreos de pasillos y mamoneos varios. Vamos, lo que viene siendo la misma odisea cotidiana de cualquier ciudadano que necesite la tramitación de algún documento oficial y, claro está, no cuente con alguien que le facilite la entrada por la tangente o por la patilla para ahorrarse ratos de espera, o conseguir sin tanto escrúpulo legal lo que a los demás cuesta más tiempo y más dinero. Es fantasía. Sí. Pero una fantasía reconfortante la de ver cómo Astérix consigue invertir el sistema a su favor. La realidad es otra cosa. En la realidad no dibujada poco o nada se puede hacer para evitar volverse loco o mantener la serenidad cuando un fulano cualquiera apostado en su atalaya burocrática insiste en ser más papista que el Papa, o propone alternativas recaudatorias muchas veces descaradas e innecesarias, o se niega a explicar en términos cordiales el escollo eventual. Algunos hasta se ofenden cuando el atendido muestra media neurona funcional y cuestiona en vez de acatar con obediencia carnera. Menos mal que existe el humor, menos mal que la pluma templa las iras y menos mal que la marmita de Panorámix es pura leyenda porque de no ser así al final en vez de Astérix me decantaría por Obélix, y ya se sabe cómo resolvía el orondo galo sus disputas…

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