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Los caudillos aún existen. El último caudillo no fue Franco, pues han seguido apareciendo en la vida política, siendo su presencia hoy día más abundante.
El caudillismo es un pensamiento imperante en nuestra sociedad, sea a nivel nacional o internacional, aunque su pervivencia en esta tierra patria está muy arraigada.
Existen dos formas de entender la vida pública, que incluye también el ámbito laboral, estas son el institucionalismo y el ya citado caudillismo.
Los que creen en las instituciones son aquellos que consideran que en la política, como en las empresas, se han de cumplir unas funciones según unas reglas escritas, circunscritas a la responsabilidad individual, respetándose la autonomía personal necesaria para poder dar una respuesta a las tareas encomendadas, dando cuenta de sus acciones al ente superior, estando todos los miembros de la institución, o empresa, sujetos a unas normas constituidas, fijas y superiores a los deseos del responsable máximo, todos están sujetos a ella, siendo las modificaciones, de estas normas, dependientes de una mayoría social cualificada.
En cambio, el caudillismo es aquel en el que las organizaciones poseen un liderazgo máximo, cuyos puestos de responsabilidad subalternos actúan como delegados de la voluntad, y deseos, del amado jefe. Estas circunstancias se observan en la vida política actual.
El caudillo dice ser depositario de la voluntad popular, en la política. Actúa de acuerdo a su interés y táctica electoral, expresando que sólo da cuenta de sus acciones al pueblo. No está sujeto a regla alguna, siendo interpretadas según su capricho y beneficio personal.
Hoy día, en España, se ha observado la pervivencia del pensamiento caudillista en la actividad política. La presencia del máximo responsable político es necesaria en todas las decisiones que se vayan a tomar, pues se supone que es el más listo, el único que debe resolver con su criterio el rumbo a seguir. Los demás responsables son simples gestores, Ninguno se atreve a tomar decisiones autónomas, aquellas oportunas, y no recogidas en las instrucciones recibidas, para dar respuesta urgente a los hechos no sujetos a las órdenes recibidas. Toda actuación debe ser consultada con el Jefe, sin tener en cuenta las funciones que cada uno tiene atribuida en el puesto que ocupa.
Parece que la sociedad quiere someterse a un jefe superior, en vez de sujetarse a unas normas comunes constituidas y fijas.
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