Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Que hablen los otros, qué error
Hemos sido una Nación de grandes líderes, pero también hemos tenido que recurrir a líderes extranjeros. Durante siglos fuimos un Imperio “donde el sol nunca se ponía”, pero como todos los Imperios, fuimos perdiendo preponderancia hasta convertirnos en una colonia de otros. Y en el siglo XIX tuvimos ejemplos de esta realidad. Un siglo que comenzó con la guerra de la Independencia en la que por primera vez desde los Reyes Católicos, a nuestro Ejército peninsular se le impuso un General en Jefe extranjero, británico para más inri; me refiero al Duque de Wellington, que por Decreto de 22 de septiembre de 1812, fue nombrado General en Jefe de nuestro Ejército. Sólo el General López Ballesteros se opuso a ello por escrito al Ministerio de la Guerra, por lo que fue cesado en el mando y confinado en Ceuta, generando esta medida un debate político sobre su conducta en defensa de la independencia nacional.
Precisamente el Duque de Wellington era el Jefe del Ejército que arrebató a los franceses la ciudad de Badajoz el 6 de abril de 1812, y responsable del saqueo posterior de esta ciudad por sus tropas inglesas (los “casacas rojas”), incluyendo violaciones y asesinatos de la indefensa población civil. Acabada la Guerra de la Independencia y regresado nuestro Rey Fernando VII a Madrid, se inició un periodo absolutista con la derogación de la Constitución de 1812, que acabó en 1820, cuando un Ejército concentrado en Cabezas de San Juan para marchar a América con el objetivo de poner fin a la rebelión de los criollos americanos, se sublevó contra su Rey, sublevación liderada por el Teniente Coronel Riego, un liberal masón y traidor a sus compañeros de armas en suelo patrio americano.
Ante la sublevación de su Ejército, el Rey se apresuró a jurar la Constitución de 1812, con lo que volvimos a la senda constitucional, dando lugar a un periodo liberal que terminó en 1823 con la intervención de un Ejército francés conocido popularmente como los “Cien Mil Hijos de San Luis”. En este trienio liberal, aunque el poder lo asumieron los liberales, no implicó la derrota de las fuerzas absolutistas. Y el choque entre ambas fuerzas, desembocó en una guerra civil que fue resuelta a favor de los absolutistas por la intervención francesa a la que recurrió nuestro Rey Fernando VII, entregando el futuro de su reinado a otro Duque, pero esta vez francés, el de Angulema. Antes, un Duque británico le devolvía la Corona, y ahora, un Duque francés le devolvía el régimen absolutista.
El origen de esta intervención francesa hay que buscarlo en el Congreso de Verona, que se celebró del 20 de octubre al 14 de diciembre de 1822 en esa ciudad, al cual acudieron representantes de la Cuádruple Alianza fundada en 1815 por el Imperio Ruso, el Imperio Austríaco, el Reino de Prusia (estos tres Estados conformaban la Santa Alianza) y el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda, y a la que en 1818 se había sumado el Reino de Francia, dando nacimiento así a una Quíntuple Alianza de facto. El tema principal de este Congreso acabó siendo el peligro que la revolución liberal española podría tener en relación a Europa. Se trataba de “establecer un Borbón en el trono por las armas de un Borbón”, escribió en sus Memorias el ministro de relaciones exteriores francés Chateaubriand.
Este año se celebra el bicentenario de esta intervención francesa en nuestro territorio peninsular para acabar con la guerra civil liberal-absolutista, en la que los británicos “jugaron sus cartas”, como lo hicieron en la guerra de la independencia, donde “empantanaron” en la península hasta un máximo de 400.000 soldados franceses en los períodos de máxima actividad bélica, facilitando con ello las acciones en otros teatros de operaciones europeos más comprometidos para ellos. Las mismas “casacas rojas” que habían facilitado el regreso de nuestro Rey en 1812, apoyando al gobierno constitucional de entonces, daban paso ahora a los franceses para la restitución de la Monarquía absolutista.
Evidentemente, este bicentenario no se va a celebrar porque para los ideólogos de la memoria histórica es mucho más importante vincular esta intervención a la restitución del absolutismo, que el que pusiera fin a una guerra civil y trajera la paz a nuestros pueblos, que poco duró, puesto que apenas un año después, en 1824, los “casacas rojas” impulsarían acciones limitadas desde Gibraltar en nuestra costa para incitar a una nueva guerra civil liberal-absolutista, debilitando aún más a nuestra Nación
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