La ciudad y los días
Carlos Colón
Yo vi nacer a B. B.
La coherencia es algo más que una situación lógica. Si un ciudadano quiere ser coherente, debe hacer un esfuerzo personal, porque lo más fácil es dejarse llevar por la vorágine de la sobreinformación. Según Byung-Chul Han, consiste en resistir a la inercia y no en elegir una ideología. En una época marcada por la velocidad y la polarización, la política ya no se vive como reflexión, sino como reacción. Ese es el problema. Debemos reflexionar, no repetir discursos ajenos que ni entendemos. Solemos reaccionar por impulso y nos alineamos rápidamente con bandos que nos ofrecen identidad y una seguridad no demostrable. Para Han, la coherencia política surge de pensar realmente, comparar, buscar información, etc. No surge de la respuesta inmediata, de indignarse rápido, de compartir rápido el meme o de condenar rápido. En este contexto, detenerse a pensar es casi un acto de desobediencia. La coherencia comienza justamente ahí: en la pausa. Pensar se vuelve un gesto político porque va a contracorriente de un sistema que exige posiciones instantáneas y emociones constantes. Pero pensar conlleva un riesgo: convertir la política en identidad. Cuando la política deja de ser “qué pienso” y pasa a ser “quién soy”, la coherencia se erosiona. Se defienden ideas que contradicen los propios valores solo para no romper con el grupo. El pensamiento se subordina a la pertenencia y la crítica se vive como traición. Para Han, esta lógica identitaria empobrece la política y anula la autonomía del juicio. Pero hay más en el pensar como acto de rebeldía. El lenguaje ocupa un lugar clave. El poder, advierte Han, actúa a través de él. Repetir consignas vacías o usar palabras como armas no es coherencia, sino sumisión discursiva. Ser coherente implica hablar con precisión, responsabilidad y conciencia del daño que el lenguaje puede producir. Además, la coherencia exige sostener la crítica incluso cuando incomoda. Sin autocrítica, la política se transforma en espectáculo moral. Finalmente, Han recuerda que la política no se reduce al voto o la protesta. Se juega en lo cotidiano: en cómo escuchamos, cómo discutimos y cómo tratamos al otro. Sin esa dimensión ética diaria, toda política se vacía. En síntesis, ser coherente políticamente hoy es pensar más de lo que se reacciona, criticar incluso aquello que nos representa y no confundir pertenecer con pensar.
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