Conócete a ti mismo

05 de diciembre 2025 - 03:06

Si no es fácil que uno mismo se conozca, cuánto menos a otros. Don Quijote tenía poco de pitonisa o de oráculo, pero aconsejaba a Sancho la antigua sentencia del Nosce te ipsum, si bien el fiel escudero estaría más ocupado en conocer al singular hidalgo, su señor, que en percatarse de sus propias maneras, por entenderlas menos indescifrables que el proceder quijotesco. En el pórtico del templo de Apolo, en Delfos, estaba escrito el aforismo en cuestión, “Conócete a ti mismo”, como recomendación previa a la consulta de los peregrinos al oráculo sobre el devenir que les esperaba. Aunque Sócrates reiteró esta práctica de autoconocimiento, en sus diálogos con Platón, viene de más antiguo y se atribuye mitológicamente al propio Apolo o a uno de los mortales Siete Sabios de Grecia, allá por los siglos VII y VI a. de C., como Quilón de Esparta, que precisamente preguntó al oráculo de Delfos qué era lo mejor, lo más conveniente que debían aprender los hombres.

Así las cosas, constatar que alguien a quien creía conocerse presenta desenvolvimientos o conductas inesperadas o desconocidas, aun cuando se tuvo confianza grande en él e incluso reconocimiento y consideración, todavía refuerza más la necesidad de aplicarse al propio autoconocimiento. Y esto por, entre otras, dos razones. Una, con varios aspectos relacionados, es la de conocer los propios pensamientos y propósitos, gobernarse bien uno mismo -sobre todo si el gobierno se aplica también a otros-, desarrollarse personalmente a partir del conocimiento de las propias capacidades y limitaciones, aceptarse, y, mayormente, vivir y relacionarse de forma más auténtica. Y la otra razón tiene que ver con el contraste: hasta cuánto se conoce uno mismo y cómo se parece o diferencia ese conocimiento propio del que sobre uno tienen los otros.

De manera que se aminoren los desengaños, las decepciones, los desencantamientos e incluso las justificaciones cuando se es sorprendido por las maneras de aquel a quien parecía conocerse. Se ha señalado el refuerzo de la autenticidad como efecto del autoconocimiento y solo esa cualidad ya subraya la importancia de ejercitarse en tal práctica, pues la autenticidad aleja de la falsedad, aparta del fingimiento, huye de la doblez o del cinismo y se distancia de la hipocresía. Al cabo, uno de los mejores resultados del conocerse es ser más francos y sinceros, sin que falte conformidad entre las palabras, las ideas y las cosas.

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