La Consagración del Teatro

18 de diciembre 2025 - 03:06

El año pasado se cumplieron dos siglos del estreno de la inmortal Novena Sinfonía de Ludwig van Beethoven, acaso la obra más interpretada y reproducida de la historia de la música occidental, pero pocos saben que en el mismo concierto histórico sonó, antes de la sinfonía, la obertura La Consagración del Teatro y tres partes de la monumental Missa Solemnis. La llamada Consagración del Teatro –y a veces Consagración de la Casa, Die weihe des Hauses- es una pieza sinfónica grandiosa, escasamente interpretada hoy, verdaderamente magistral. Beethoven la alumbró en 1822, para la reinaguración del teatro Josefstadt de Viena, cuando ya estaba enfrascado con la composición de la Missa y la Novena. Para este evento tuvo que revisar y aprovechar su música coral denominada Las Ruinas de Atenas, que había compuesto una década antes para la inauguración del Teatro Real húngaro de Pest. En esta ocasión, por indicación del director del teatro, se cambió el texto de la obra, escrito ahora por el libretista Carl Meisl con tintes patrióticos vieneses. Beethoven se limitó a escribir la nueva obertura, publicada después en solitario con el número 124 de opus, eliminar uno de los números cantados y retocar otro de la versión húngara. Esta colosal obertura La Consagración del Teatro, que sirvió de pórtico monumental para el reestreno, es una obra sólo orquestal que consta de tres partes. Empieza con un gran himno inicial, de porte marcial y enorme belleza épica, que recuerda a ciertas músicas francesas o británicas; de hecho parece anticiparse a las creaciones más pomposas de Elgar. Sigue un episodio de trompetas y metales, de tintes militares, que da paso a la tercera sección, la más extensa y brillante: un final fugado, expansivo y amplísimo, que hunde las inspiraciones en su venerado Haendel, el gran músico barroco alemán que trabajó en la corte británica un siglo antes. Pero pese a la evidente inspiración, Beethoven escribe aquí una página personalísima, de una grandeza evidente. La fuga, concebida como un auténtico cataclismo sonoro, de ritmo trepidante, tiene no pocas concomitancias con determinados pasajes de la Missa y algunos del desarrollo del cuarto movimiento de la Novena Sinfonía. Hay que escuchar varias veces esta tormenta musical para percibir los matices de la multiplicidad de sus planos sonoros, concebida como una catarata desbordante y envolvente. Es obra de escasos registros fonográficos acertados porque no se ha grabado con frecuencia, pero resultan de referencia los de Karajan, Muti o Jochum.

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