Sin consuelo ni aliento

22 de agosto 2025 - 03:10

La dantesca sucesión de incendios caniculares tiene como principal desgracia y pérdida las vidas humanas atrapadas en las cárceles del fuego. Luego están las fatalidades debidas a la mayúscula catástrofe medioambiental y la brusca cesación de actividades económicas y productivas. Mas también el hondo desgarro, la profunda zozobra de cuantas personas hubieron de abandonar sus casas y regresar, poco tiempo después, a los lugares de su vida cotidiana consumidos por las llamas en una destrucción aniquiladora. Aunque se reitere el sintagma de la España vacía, o vaciada, apreciable es también la resistencia de muchos pequeños pueblos, con solo decenas de vecinos que sobreviven por el concurso del arraigo y las acostumbradas formas de afrontar las rutinas de los días, sin que las limitaciones lleven al abandono. Por eso conmueven los rostros y el desatino de cuantos, afincados entre bosques, en las laderas de los montes, han perdido todo lo que tenían a cubierto, así como ese otro valioso patrimonio del paisaje que ahora solo es un erial de cenizas, con el olor a quemado que permanece largo tiempo; como si la infausta contemplación de la calamidad, explícita y rotunda en el devastado escenario de las calles y moradas, hubiera de turbar todavía más con la inmaterial pero aturdidora sensación del olfato. No es necesario conocer la montaña para percatarse de su atractivo reclamo y de las razones por que muchos vecinos y lugareños, bien metidos en años, pero también generaciones más jóvenes, naturales de esos enclaves o llegadas por parecidos y añadidos motivos, no hallan mejor aposento que entre esas recónditas lindes de su vivir. Y escucharlos ahora, cuando el infortunio pone a prueba su perseverancia, es la más clara muestra de algunas sinrazones confluyentes en los catastróficos incendios. El abandono de los montes aparece, así, como factor destacado, cuando hasta para podar castaños se requieren permisos administrativos, y muchos desesperados vecinos, aun con los riesgos y la amenaza de sanciones, han hecho cortafuegos para detener la furia del fuego. Si bien, apagadas las llamas, solo queden reductos como testimonios de lo preexistente, teselas de hogares y entornos en el negro mosaico de la desolación. Muros y techos de la vida asolados sin defensa. Vecinos despavoridos sin consuelo ni aliento.

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