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En Baltasara de los Gandules, siendo las 13: 35 horas del día 01 de septiembre de 2025, previamente advertido de su obligación de decir la verdad y de la responsabilidad penal en la que incurriría por eventual denuncia falsa, comparece en las dependencias del Cuartel de la Guardia Civil de la localidad a fuer de denunciante don Piero Gallo Sevilla, quien declara: Que es licenciado en Bellas Artes por la Universidad de Vetusta y desde hace más de 30 años oficia de sacristán en la Basílica de Nuestro Jesús Abandonado.
Que entre las muchas funciones que allí desempeña se incluyen la de controlar el acceso a esa joya arquitectónica del Neoclasicismo y cobrar la tarifa de visita a los tesoros artísticos que el templo acoge, como el retablo mayor labrado por los maestros imagineros Sandro Sgorbio y Doménico Bodoque o los magníficos tapices de motivo mitológico que revisten las paredes de la Sala Capitular, obra encargada por doña Catalina Futesa de la Cerda marquesa de Somonte al pintor de cartones Francisco Cerril Borrajas, por poner solamente dos ejemplos. Que interpone la presente denuncia ignorando la identidad del detenido, si bien le suena su cara por ser este uno más de los tantos pordioseros que se acuadrillan todo el santo día en el pórtico de la basílica incordiando al público con el estribillo cargante de sus cuestaciones y las monsergas biográficas de sus infortunios.
Que a eso de las 20:30 horas del día 28 de agosto del corriente el interfecto se llegó al mostrador con miras a colarse sin pagar en la Capilla Mayor aduciendo literalmente que «aprovecharé esta hora en la que se modera la profanación turística para conversar un rato con mi Padre ante el altar» y que «los cinco euros que he ganado, en lugar de en la entrada, pienso gastármelos en el Johann Sebastian Bar donde por ese precio te ponen una rubia y un bocata de jamón igual que mi brazo».
Que, finalmente, como quiera que el declarante lo amonestó y le embarazó el paso, el denunciado tuvo un acceso de cólera y en un decir Jesús volcó la mesa, desparramó la recaudación y el rimero de guías y folletos, pisoteó el datáfono, hizo trizas los auriculares y le dejó el cuerpo todo marcado de cardenales, según atestigua el informe médico que adjunta, al azotarle con el cinturón por el lado de la hebilla, mientras gritaba «mi casa será llamada casa de oración, mas vosotros la hacéis cueva de ladrones».
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