Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La vía es (por ahora) andaluza
Tener el nombre en una calle en tu pueblo o ciudad debe ser para los alcaldes un subidón de moral. Dejar para la futura familia una orla con tu nombre sobre la pared de una calle, debe llenar de satisfacción al protagonista. Aunque de poco le va a servir una vez que no esté entre nosotros, pero mientras lo hace, ahí lo tienen feliz, contento y satisfecho consigo mismo. El día que el ayuntamiento de la capital decidió que todos los alcaldes tendrían una calle a su nombre, como viene siendo, tomé postura en contra. Y no es porque según la ley de memoria de Fernando Martínez López, no podrán tener nombre en las calles aquellos alcaldes que lo fueron durante el franquismo, es simplemente porque el alcalde de un pueblo o de una ciudad no tiene el respaldo de todos los vecinos de esa comunidad. Y no parece de lógica que alguien ponga su nombre sobre una fachada, por ejemplo, donde un grupo de vecinos no lo votaron, ni lo quieren, y encima lo han estado poniendo de todos los colores durante su mandato.
Pero el ego de los políticos, y en este caso de los alcaldes, es superior a todo lo que se puedan ustedes imaginar. Vivo en una calle con el nombre de Cervantes, se imaginan que, por la decisión de un alcalde me encuentro viviendo en una con el nombre de un regidor municipal al que se le conoce alguna corrupción, aunque no se le haya juzgado por él. No sé a ustedes, pero a mí no me apetecería. Las sombras en los políticos son alargadas, a veces hasta tenebrosas.
En Huércal de Almería se le ha puesto el nombre de Francisco Díaz Casimiro a una calle del municipio. Los suyos saltan de alegría en las redes, lo felicitan con alborozo, te lo merecías. ¿Se lo merece? Para los suyos es evidente que sí, Paco ha sido un hombre entregado al trabajo por sus vecinos y para el partido socialista, te cuentan. Para los de la acera política de enfrente ¿también se merece la calle? Aquellos que conocen y han vivido desde el otro lado la trayectoria de Díaz Casimiro desde el primer día en que llegó al ayuntamiento y hasta el último, no están tan convencidos de que esa calle es merecida. Lo que es evidente es que, si queremos que alguien, algún día, le ponga nuestro nombre a una calle, se debió decir Luis Rogelio siendo alcalde, tengo que empezar por ponérsela a Santi, Megino, Fernando, hasta que me llegue a mí. Ahí comenzó la historia. Por cierto, lo de Megino no llega ni a calle, qué putada, Juan, alguien la debe tener tomada contigo en el Partido Popular.
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