Reflejos
Francisco Bautista Toledo
Tres signos de la Navidad
Brindará la gente con champán –o con sidra el Gaitero– cuando caiga Sánchez? Es una buena pregunta, porque de tanto resucitar el antifranquismo, lo que ha acabado resucitando son los momentos finales del franquismo, aquella fase agónica que culminó con los partes del “equipo médico habitual” y el llanto gimoteante de Arias Navarro –del que nadie se acuerda– en una televisión granulosa en blanco y negro. ¿Y quién será el Arias Navarro del sanchismo? ¿Y quiénes serán su marqués de Villaverde, su doña Collares o su Vicente Gil, aquel médico personal que hacía desfilar a Franco por los pasillos de La Paz a los sones del himno de la Legión? Es curioso que nadie haya querido rodar una película con los últimos días de Franco: el material es tan novelesco que prácticamente no hace falta ni escribir un guion.
Lo que es incuestionable es que el sanchismo nos ha devuelto a los mismos odios y al mismo visceralismo irracional que se vivió en aquellos meses del otoño de 1975. Mucha gente quería ver reventar a Franco y que sufriera todo lo posible, como de hecho sufrió cuando fue sometido a un tratamiento cruel que prolongó su agonía hasta límites inhumanos. Y al mismo tiempo, sus incondicionales temían que se desencadenase el Apocalipsis (¡los tanques soviéticos, las checas, la pornografía, los extraterrestres, las drogas!) si moría el Caudillo invencible que velaba por todos los españoles gracias a la famosa “lucecita del Pardo”. Todo era ridículo, pero las cosas se vivieron así. Y hoy por hoy, también hay miles –millones– de españoles asqueados por el sanchismo que esperan el momento de descorchar el champán, mientras que otros millones de españoles –probablemente la misma cantidad– temen que un nuevo Apocalipsis reaccionario se desencadene sobre nuestras cabezas si de repente deja de brillar la lucecita progresista de La Moncloa. Cincuenta años más tarde, estamos viviendo prácticamente lo mismo, sólo que han cambiado los nombres y las circunstancias. Pero en el fondo, todo sigue igual. No hay nada más parecido a un franquista de 1975 que un sanchista de 2025. Y no hay nada más parecido a un antifranquista de 1975 que un antisanchista de 2025. Qué desastre de país hemos construido entre todos. Sí, qué desastre colectivo.
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