Espíritus que la realidad oculta

26 de noviembre 2025 - 03:06

En el mundo espiritual se distinguen varios tipos de entes, distinguiendo los ligados a la materia y aquellos que habitan en el éter.

Aparte del alma humana, en la antigüedad se distinguían aquellos espíritus asociados a piedras, accidentes geográficos, árboles o bosques, ríos y lagos, animales o astros celestes. Son éstos entes inmateriales sujetos a un lugar u objeto, comúnmente identificados como genios.

Estas manifestaciones inteligentes se consideran proyecciones de los “ángeles”, buenos y malos, que actúan a favor o en contra de los humanos. Son invocados por los chamanes, brujos, exorcistas, sacerdotes y magos, buscando su ayuda, o su alejamiento, según sea su relación con el bien, o mal, buscado.

Estos seres viven en la Naturaleza, e incluso los superiores más allá de ella. Los primeros ejercen su efecto mediante fuerzas que alteran el bienestar de aquellos que osan entrar en su espacio de influencia. Los otros acceden al invocarlos, independientemente del lugar. Suelen aparecer como esferas luminosas, aunque hay quien las describe oscuras, siendo estos últimos los más negativos. Los luminosos actúan de forma caprichosa, según su invocación o interés.

En un estado superior, existen los ángeles buenos, encargados del buen funcionamiento del universo, y están en constante alabanza hacia el Creador. Actúan de mensajeros y protectores. Son los ángeles del judaísmo, cristianismo e Islam.

Aristóteles los identificaba con esferas celestes, o seres luminosos, al igual que el mazdeísmo, caldeos o gnósticos.

Los ángeles poseen identidad propia, proceden de un mismo origen, pero con diferente actividad en la creación, pues unos han elegido el mal, trabajando para el caos, mientras otros se mantienen en el bien, actuando como protectores.

El resto de espíritus están ligados a formas naturales, aunque también conviven entre ellos las almas separadas del cuerpo humano.

Las almas separadas poseen características y reconocimiento propio, dividiéndose entre aquellas que han alcanzado su descanso y las que están vagando en pena, buscando aquello que han dejando en su estancia temporal.

Las primeras no suelen aparecer, y si lo hace es por mandato divino, para advertir y reconducir al pecador, o consolar a sus amigos o familiares, según la doctrina de los Padres de la Iglesia que han tratado este tema.

Las otras son aquellas que no encuentran la luz, y persisten en su depravación.

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