República de las Letras
Agustín Belmonte
Prólogos
Luz de Cobre
La mañana amaneció gris en Oviedo. Un gris perlado de humedad que amenazaba orvallo, que ese día no cayó. Por mil circunstancias, que no vienen al caso, había decidido hacer el Camino de Santiago. Por delante 340 kilómetros divididos en doce etapas que pintaban bién, o al menos eso creía. Mochila en la espalda, las piedras centenarias de la catedral de San Salvador nos despedían entre ariscas y felices por la aventura que se iniciaba. La primera fotografía, de tantas como se avecinaban, tenía destino directo, alejado de cualquier rodeo. Cuando algo se quiere la mejor ruta es la línea recta. La mañana se desperezaba mientras los repartidores hacían su trabajo y las conchas del Camino de Santiago hacían el suyo. Evas y Adanes serpentean la ruta, en la misma medida que el encanto de la ciudad da paso a los polígonos industriales y a la naturaleza. Fieles a la tradición, rendidos al encanto de lo desconocido Eva, Cristina y Sonia buscan su camino, perdidas en la invisibilidad de unas marcas engañosas, a las que parece divertir las dudas del peregrino. La primera subida, una de muchas, acaba con cualquier atisbo de broma. Te das de bruces con la naturaleza más salvaje de Asturias, en la que eres tú contra tus miedos; tú frente a las dudas; tú, despojado de cualquier ayuda de la civilización, te sumerges en una especie de Gran Hermano de 340 kilómetros en el que sólo piensas en llegar.
Cada paso es uno menos que queda. La mochila es doble. La que llevas en la espaldas, como la casa de un caracol, y la personal, la de tu alma, la que vas desnudando poco a poco a medida que el sudor perla tu frente, las ampollas amenazan con salir y escuchas las mil y una mochila que cada cual lleva consigo. Una lucha desigual a veces, cruel otras, pero en la mayoría de las ocasiones con final feliz en una cama de albergue, en la que las sábanas son de papel. Y no te importa. Las comodidades cotidianas ocupan un segundo lugar en ese mundo paralelo, alternativo, que dibuja cada etapa, en la que buscas cubrir cada ampolla con una tirita y cada herida del alma con un tejido blando, al modo en el que las ostras generan la perla, para seguir adelante. Al grupo se suma Antoñeta, Jose y Manuel con su husky Bahía. Una delicia y el mejor antídoto contra la depresión y la soledad. La mejor haciendo amigos querido Manuel. Las mochilas materiales y personales siguen creciendo en la misma medida que las etapas pasan factura. Perdemos amigos y amigas y se suman otros nuevos. Ríos de agua que pasan, en el que la amistad permanece. Las fotografías siguen viajando a través de wasap a la espera del regreso. Son el mejor aliciente para seguir, seguir y seguir. El Gran Hermano del Camino se magnifica en la misma medida que los días pasan. Llegar a Santiago es un logro que provoca lágrimas y risas. No sabría decir si a partes iguales. La aventura concluye. ¿Ha podido ser un sueño? A veces hasta lo creo.
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