Vía Augusta
Alberto Grimaldi
¿Hay también una ‘vía extremeña’?
Es mentir. Podría tratarse, entonces, de un eufemismo, el de faltar a la verdad, que aligerara la acción de mentir o la condición de mentiroso. Mas, ¿qué es la verdad? Escueta y directa resulta tan manifiesta interpelación, aunque extendida, diversa y, en suma, compleja, es su respuesta o, al menos, un acercamiento algo fundamentado a su naturaleza. Puede asistirnos literariamente, que no es mal recurso, Antonio Machado y su Juan de Mairena, título del libro y ficticia identidad -personaje heterónimo- de la que se vale el autor para contar sus reflexiones filosóficas por boca de un profesor de gimnasia y retórica, desenvuelto en el variopinto catálogo de los aforismos, las sentencias, los diálogos, la introspección, la erudición o el refranero. Así, Machado compone una sentencia por la que Juan de Marinea proclama casi una tautología, una definición circular y repetitiva, que convierte a la verdad en una entidad absoluta: “La verdad es la verdad…”, tal es la reiteración, “… dígala Agamenón o su porquero”, esa la universalidad. En definitiva, se establece la existencia de una verdad objetiva e inmutable, explícita e incontrovertible, como si no cupieran interpretaciones o disconformidades resultantes de, entre otras causas, la condición social de quienes manifiestan la verdad. Cuando no la naturaleza de la verdad, es asimismo cuestionable su aceptación. Luego no se darían, por ello, verdades absolutas ni conformidades universales. A este sentencioso acercamiento literario puede unirse otro de carácter evangélico y trascendente, toda vez que el gobernador romano Poncio Pilato preguntó, ya con inquietud de su conciencia, ya con intención burlona o retórica, ya con elucubración filosófica, a Jesús de Nazaret, procesado en Jerusalén: “¿Verdad? ¿Qué es la verdad? Aunque, bien porque no esperaba respuesta, porque no quería oírla, e incluso porque podría conocerla, salió a exculpar al Nazareno ante los judíos, sin dar tiempo a este para responder; pero, antes de ser preguntado, dijo que todo el que escuchara su voz estaba de parte de la verdad. Y a la sabiduría clásica, a la metafísica aristotélica, se debe otra proclamación sabia: “Decir de lo que es que no es, o de lo que no es que es, es lo falso; decir de lo que es que es, y de lo que no es que no es, es lo verdadero”. De modo que la falsedad es faltar a la verdad, como mentir, aunque no lo parezca ante quienes son precisamente falsarios o mentirosos.
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