Fiestas y rutas gastronómicas

27 de octubre 2025 - 03:09

Igual que el asno de Buridan, que murió de hambre y sed por no decidirse entre comer o beber, no he asistido a ninguno de las numerosas actividades gastronómicas que ha habido (y sigue habiendo) estos días por toda la provincia. En realidad no he ido por pereza pero es verdad que la abundancia es tal, que en las páginas de información local se disputan el primer puesto con las noticias de fiestas, entre las que, a su vez, se disputan la primacía las fiestas patronales con las recreaciones históricas. En este último apartado aun queda mucho por recuperar, por ejemplo (y hay muchos más): iberos y celtas, lusitanos y tartessos, turdetanos y bastetanos, vándalos y visigodos, almohades y almorávides..

Bajo el paraguas de la palabra gastronomía se cobijan desde muestras con grandes cocineros, como la de Vera con Ángel León y José Álvarez, hasta la Oktoberfest, el concurso de hamburguesas o los camiones con bocatas y gofres. Y, por supuesto, las múltiples rutas de tapas en las que compiten indiscriminadamente los que tienen cocina, cocineros profesionales y usan productos frescos, con los que se apañan con alguien que abra los sobres de congelados y los “regeneren” en el horno de vapor o el microondas, o los pasen por la plancha o la freidora. Algunos de estos últimos suelen decir que son innovadores porque en vez arroz caldúo almeriense o paella valenciana, ofrecen rissotto. He tenido la ocasión de disfrutar en estos días de una cosa que le decían en la carta “pluma ibérica a la brasa” y que ninguno de los comensales fue capaz de adivinar qué carne era. Tenía por fuera las marcas negras de la parrilla y un extraño color rosáceo; por dentro tiraba a gris y era estropajosa. Teniendo en cuenta que no creo que tengan brasas en esa cocina, me inclino a pensar que la carne en cuestión venía ya cocida y con las marcas negras, y que se limitaron a recalentarla, con lo que se puso aun más fofa e insípida.

Algo parecido me ocurrió en un hotel de 5 estrellas donde dirigí mi penúltimo curso de verano de la UAL, allá por 2008: nos ofrecieron “solomillo de atún rojo” y nos pusieron un filete gris, seco, incomible. Lo peor es que me acompañaban los dueños de El Cenador del Prado, Jesús Sánchez que era ponente en el curso y su esposa Marian. El Cenador tenía entonces una estrella Michelín y en 2020 recibió la tercera. Pasé una vergüenza espantosa.

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