El goya de Toledo

30 de octubre 2025 - 03:09

En 1798, después de ejecutar en el verano los frescos de San Antonio de la Florida, aún tuvo tiempo Goya para hacer varios retratos y cumplir con otro encargo religioso que el arzobispo de Toledo le había hecho una década antes. El “Prendimiento de Cristo”, instalado en la sacristía de la catedral, a la derecha de “El Expolio” de El Greco, es una de las cumbres del corpus goyesco . Antes de su colocación en la catedral, Goya expuso la obra en la Academia de San Fernando, donde al parecer levantó elogios de los señores académicos; lo que no deja de ser chocante, pues la obra está en las antípodas del gusto propugnado por la Academia en ese momento, por su violenta ejecución de amplias pinceladas, grandes zonas de color casi plano y un feroz expresionismo . Quizá fuera su técnica de pura pintura, de un extraordinario virtuosismo, lo que dejó mudos a los compañeros de profesión. Eso, y el tratamiento de la luz nocturna, que remite al Rembrandt de etapa postrera. Goya solía estudiar muy bien las condiciones lumínicas y estéticas del lugar donde iba a ser colocado el cuadro antes de pintarlo. En este caso debió de ser así, viajando a Toledo para contemplarlo y siendo consciente de que estaría colocado junto al Expolio del Greco, una de las obras más importantes del arte español. Su cuadro, en efecto, es una contestación al cuadro del Greco, una suerte de variación o diálogo, pues ha usado los mismos elementos que aparecen en la obra grequiana sin cambiarlos de sitio en la composición, pero haciendo una versión muy personal y decididamente radical. El Cristo centrado, sayones a su izquierda y derecha, una rueda de cabezas brutales en torno a la cabeza de Cristo –en una suerte de “corona martirial”- y una presencia en el fondo de picas y lanzas que presagian el desenlace de muerte. El cuadro del Greco tiene un uso veneciano del color, rutilante. Goya, en cambio, ha sometido todo al naturalismo de la iluminación nocturna, entonando todo el cuadro en tonos tierras y amarillentos, como el Rembrandt más intenso. Los personajes están diseñados con una libertad expresiva alucinante. Sus deformaciones, tras la experiencia de la Florida, adquieren un vigor y fuerza desconocidos. La túnica de Cristo, resuelta en dos planos abstractos de color, es un hallazgo magistral. Y las cabezas vociferantes, de un expresionismo exaltado y una violenta ejecución, anticipan en veinte años a las Pinturas Negras. Un auténtico tour de force, una enorme obra maestra del arte más genuinamente español.

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